domingo, 2 de marzo de 2008

30.

Tomás estaba sentado con la espalda apoyada en un árbol, apartado de las personas sentadas junto al fuego que comían, bebían y charlaban; no notó que Cacho se acercaba hasta que estuvo junto a él .-¿Pensativo?
-Un poco.
Cacho se sentó y dijo-No te vi cuando volviste del centro y quería saber cómo estabas...
-Fue un viaje tranquilo, hasta divertido, Eusebio es un personaje...
-Sí, es un tipo macanudo, ¿y vos, cómo te manejaste?
-Bien, fueron buenas tus instrucciones, por lo menos esta vez no maté a nadie.
-Me alegro, no quiero que eso te pese...
-¿Sólo por eso me diste las instrucciones?, ¿no te importa que la gente muera?
-La verdad que esa gente no, están muertos desde que decidieron participar en la guerra, sólo que aún no se han dado cuenta...
-No estoy de acuerdo pero por ahi es porque no estuve aquí el tiempo suficiente...
-No es sólo una cuestión de tiempo, Tomás, no es una cuestión de tiempo...
-Tal vez no, estoy harto de tanta muerte, no soy un soldado, jamás lo seré.
-¿Por qué volviste?
-Tenía que hacerlo, no podía volver a casa y pretender que nada había visto... no sé, no puedo explicarlo... hace una semana era un mediocre periodista de espectáculos que sólo intentaba sacarse de encima a la ex-esposa y criar de la mejor manera a su hija y hoy he caminado entre los cadáveres y las ruinas de una ciudad que me había parecido deslumbrante...
-¿Estás arrepentido?
-No, para nada...
-Me decirte que todo esto terminará pronto...
-¿Cómo va la cosa?
-A últimas horas de la tarde la fuerza aérea controlada por Metco destruyó a la flota leal y el combate en el centro ha recrudecido...
-Está más cerca de concluir entonces...
-Eso parecía pero hay rumores de que tropas del interior leales avanzan sobre la zona controlada por Metco...
-Más muerte entonces.
-Eso parece...
-¿Qué es lo que te preocupa?
-Gane quien gane la guerra el siguiente paso será intentar aniquilarnos...
-Pero aquí estamos protegidos.
-Sí, pero sólo por un tiempo. Los alimentos, los combustibles y la provisión de agua potable no durarán más de quince días, luego tendremos que salir...
-Podremos salir los mismos que fuimos a buscar a los que habían quedado bloqueados...
-Sí, claro, pero no podemos mantener esa situación indefinidamente, si sólo fuéramos capaces de ganar al menos una vez...
-Vos decís ganar la guerra sin participar...
-Sí, claro, me molesta pensar que lo único que podemos hacer es esperar que las cosas no terminen mal del todo...
-También lo pensé y creí que vos tendrías alguna idea.
-Ideas, ideas tengo muchas, siempre tuve ideas, pero no sé demasiado, tengo intuiciones fugaces, pero nunca alcancé a tener una visión completa. -explicó Cacho, sacó un cigarrillo del bolsillo de la camisa, lo encendió, dio un par de pitadas y preguntó-¿Y vos?
-Yo sólo sé que hay un poder que actúa a través de mí, quiero creer que es mi abuelo, que de alguna forma vuelve, pero es más un deseo que un certidumbre. Lo que no comprendo es por qué ellos hablan de espectros, por qué experimentan tal grado de terror...
-Yo tampoco termino de entenderlo... sólo sé que les demostramos que podemos utilizar ese poder…
-¿Y entonces?
-No sé, sólo es cuestión de tiempo que se den cuenta de que somos el verdadero enemigo…

Pañuelos, rectángulos de tela plegados que guardan porciones de tierra extraídas de las tumbas de la encrucijada llevan en los bolsillos los que marchan por la avenida costanera iluminados por el sol que emerge del océano, sus sombras largas se desplazan por la hierba de la banquina.

Tomás sintió que lo sacudían y llamaban, tardó en despertar, como si le costara desprenderse de un sueño agradable. Abrió los ojos y vio a Cacho iluminado por la cambiante luz del fuego.
-¿Qué pasa?
-Levantate y mirá.
Tomás salió de la bolsa de dormir, se incorporó y miró hacia donde señalaba Cacho: los habitantes del campamento caminaban hacia las tumbas o formaban grupos en el camino.
-¿Qué hacen?
-Están preparándose para la marcha.
-¿Marcha, qué marcha?
Cacho sonrió y dijo-Me despertó Marta diciendo que debíamos marchar hacia Malabrigo. Le pregunté por qué y se me quedó mirando, después se rió como si la estuviera jodiendo, se levantó y caminó hasta la tumba del hermano, juntó un montoncito de tierra y lo guardó en el pañuelo, cuando le dije que no entendía nada, me preguntó si yo no había tenido el sueño... un sueño que han tenido todos o casi todos.
-Yo no recuerdo ningún sueño.
-No me siento tan solo.
-¿Y por qué es tan importante el sueño?
-Porque les ha dado la respuesta, tienen que marchar hasta el promontorio de la antigua torre llevando algo de la encrucijada con ellos...
-Va a ser una masacre.
-¿Quién sabe? Vos y yo manejamos un poder que no terminamos de comprender, discutimos cuál era el paso para terminar con el círculo vicioso y no llegamos a ninguna conclusión, y ahora ese poder nos pone a prueba...
-Una cuestión de fe.
-Eso parece.
-¿Qué vas a hacer?
-No puedo dejar sola a Marta.
Tomás se rascó la cabeza y permaneció en silencio mirando las columnas que comenzaban a formarse en el camino, pensó en Alicia, y recordó la máscara que había perdido, el cuaderno que le habían robado y el abuelo que no había tenido; entonces tomó una decisión.

29.

Alsinoff seguía con la vista las indicaciones del general sobre el mapa pero pensaba en Amelia, no podía entender por qué se había ido y esa incomprensión lo atormentaba; lo más grave era saber que era sólo la conclusión de un proceso iniciado mucho tiempo atrás. Además, la necesitaba aunque odiara admitirlo, tal vez más que nunca antes, quizá ella había previsto esa necesidad y precisamente por eso se había marchado.
-Y esa es, señor, la situación actual...
-¿Se sabe qué pasó con el edificio de Inteligencia Interna?
-Hace dos horas que perdimos todo contacto, debe haber caído en manos de los metcoítas. -informó el general, un hombre delgado, canoso, con el rostro surcado por diminutas arrugas, apesadumbrado.
-¿Cuánto tiempo tardará la flota en tomar posición?
-Unos veinte minutos. -respondió el hombre obeso, vestido con uniforme azul de la marina e insignias doradas de almirante.
-Bien. -dijo Alsinoff.
-¿Está seguro de esa decisión? -preguntó el almirante.
Alsinoff lo miró con una expresión que consideraba intimidante-¿Y a usted qué le parece, almirante?
-No estoy seguro, señor.
-Le explico, almirante, nuestro objetivo es ganar la guerra.
-Lo comparto plenamente, señor, pero en toda acción de guerra hay que hacer una relación costo-beneficio, usted plantea el bombardeo del sector controlado por los metcoítas, pero ese bombardeo implica la destrucción de la mitad de la ciudad y no estamos seguro de que sea efectivo.
-¿Qué propone entonces?,¿De qué forma podemos vencer su resistencia si nos superan en número?
-Un ultimátum, señor.
-¿Cree que no le he pensado? Sería inútil, Metco obtendría tiempo para seguir presionando con sus fuerzas terrestres y no cedería; el busca el caos completo y sus seguidores lo apoyan con fanatismo, pero si lo consideran adecuado hagan el intento...
Un silencio notable se instaló en la habitación, un silencio que se limitaba a lo discursivo ya que el ámbito estaba dominado por el sonido de las respiraciones, el jugueteo de dedos sobre llaves, lapiceras, anteojos y el desplazamiento de borceguíes y zapatos sobre el piso de madera.
-¿Y bien, caballeros?-preguntó Alsinoff con gentileza taimada. Sabía que los asistentes estaban evaluando las ventajas y costos del bombardeo-¿Qué dice usted, almirante?
-Debe ordenarse el bombardeo.
-Que sean precisos, almirante, queremos ganar la guerra, no morir bajo fuego propio.
-Sí, señor. -admitió el almirante resignado, y salió de la habitación para dar las instrucciones necesarias.
Entonces sonó el teléfono, el general atendió la llamada, mantuvo una breve conversación y palideció.
-¿Y ahora?
-La fuerza aérea responde a los metcoítas, señor.

Metco se enteró de la rendición de la parte de la flota que le respondía temprano en la mañana, una hora después del amanecer, enseguida le informaron de la subordinación de la fuerza aérea. Ambos bandos parecían tener asegurada la destrucción. Un buen final para toda la historia.
Coretti entró a la habitación, saludó con respeto y pidió permiso para sentarse. Se lo veía cansado, los ojos aparecían rodeadas por marcadas ojeras que le daban el aspecto de un mapache pecoso, y la mirada exaltada y entusiasta del primer día parecía cubierta por un velo translúcido que le restaba entusiasmo y potencia. La concreción de la guerra ha apagado bastante su ardor guerrero y fundamentalista, pensó Metco.
-Tendría que dormir un poco, Coretti.
-Tendría, pero hay demasiado que hacer, cuando ganemos la guerra ya tendré tiempo de descansar...
-¿Cómo están las cosas?
-Estamos avanzando en el centro, de a poco vamos venciendo la resistencia, pero es cuestión de tiempo que empiecen con el bombardeo naval...
-Me pregunto si Alsinoff se atreverá a dar ese paso.
-Yo creo que sí, señor, sus tropas están cediendo en toda la ciudad, es su única opción, debilitarnos con el bombardeo.
-Lo que todavía no sabe es que nosotros también podemos bombardearlos, ¿qué porcentaje de subordinación tenemos en la fuerza aérea?
-Yo diría que un poco más del ochenta por ciento.
-¿Puede hacer que esa información llegue sutilmente al enemigo?
Coretti se quedó mirándolo sorprendido, hasta que comprendió la intención, entonces sonrió deslumbrado y comentó-Eso lo hará reflexionar sobre la posibilidad de bombardearnos... señor, la cuestión está resuelta, no dependemos de la decisión del enemigo...
-Prosiga, Coretti, prosiga.
-Podemos ordenar a la fuerza aérea que bombardeé la flota.
-Bingo, Coretti.
-Con eso ganaremos la guerra, señor. -exclamó Coretti recuperando su entusiasmo primigenio.
-Bueno, Coretti, bueno. Aumentamos nuestras posibilidades pero en la guerra nunca hay seguridades absolutas... hagamos esto en dos fases: haga llegar la información al enemigo y observemos el comportamiento de la flota, si está continua su progresión hostil o inicia el cañoneo, la atacaremos.
-Perfecto, señor, voy a transmitir sus órdenes, permiso. -dijo Coretti entusiasmado, se puso de pie y salió de la habitación.
Metco caminó hasta la ventana, desde ahí podía ver el mar y el sol recortando la silueta de los barcos enemigos que se acercaban desde el norte, un poco más acá podía distinguir los vehículos: jeeps, tanques y acorazados de transporte de personal. Seguramente constituían la reserva porque permanecían inmóviles y sin abrir fuego. Había decidido dar la orden de no atacarlos para no delatar su posición, estaba cómodo en ese edificio y no tenía voluntad de trasladarse.
Hubo un golpe en la puerta, Metco autorizó el ingreso y entró una mujer delgada vestida con el uniforme de la policía urbana-Señor, hemos capturado a un cuadro alsinoffista, y como usted ha dicho que quería verlos personalmente...
-Sí, claro, ¿Cuál es su nombre?
-Lopresti, Italo, oficial de inteligencia interna.
Metco sonrió divertido disfrutando de la situación-Condúzcalo hasta aquí.
-Si, señor. -dijo la mujer, salió del salón y al cabo de unos segundos volvió a entrar con un hombre que traía esposado a Lopresti.
-Benditos los ojos que lo ven, Lopresti. Siéntelo ahí-ordenó al guardia.
El hombre arrojó a Lopresti en un sillón y se paró en posición de firme junto a él.
-¿Qué se siente haber elegido el bando incorrecto?
-No tengo porque responder más de lo que enuncia la convención de Ginebra.
-Vamos, Lopresti, no sea payaso, esto es una guerra civil y bien sabe usted donde se encuentra, ¿o acaso se ha privado de disfrutar sabrosos manjares en exclusiva? Usted no es nada, sólo respira porque yo he decidido tener el placer de hablar con todos los cuadros leales que mis tropas puedan capturar... si ahora decidiera descuartizarlo, nada me lo impediría... así que, por favor, responda mi pregunta.
Lopresti permaneció en silencio.
Metco dijo-Señorita, sáquele las esposas, soldado, usted siéntelo en ese sillón e impida que se mueva
El soldado tomó a Lopresti por los hombros y lo obligó a apoyar la espalda contra el respaldo del sillón.
La mujer esperaba órdenes parada junto a Lopresti, Metco dijo-Quiero el dedo meñique izquierdo.
-No. -gritó con desesperación Lopresti intentando liberarse.
-No grite, Lopresti, agrega un patetismo innecesario a la escena.
La mujer tomó un cortapapeles que había sobre el escritorio y apoyó la mano izquierda de Lopresti sobre el apoyabrazos del sillón mientras el soldado lo mantenía sujeto. El corte fue rápido y prolijo, la mujer tomó el dedo y se lo alcanzó a Metco.
Lopresti lloraba y se convulsionaba, su rostro había adquirido una tonalidad rojiza, emitía un sonido difuso a mitad de camino entre el aullido y el sollozo a pesar de que el soldado le había liberado la boca.
-Esto es poder, Lopresti. -dijo Metco mientras le mostraba el dedo balanceándolo.-No la pasión enfermiza que usted experimentaba cuando ejercía de mandadero de Alsinoff...
-Necesito un médico... me estoy desangrando...
-No sea exagerado; Metco, nadie se desangra tan rápido... además disfrútelo, mientras sufra y sienta miedo sabrá que está vivo...
-¿Por qué este sadismo?, yo sólo obedecía órdenes
Metco rió divertido-Y justamente usted se queja por el sadismo, qué gracioso.
-¿Qué es lo quiere?
-Pasar el tiempo de la mejor forma posible, a propósito, ¿qué sabe de la guerra?
-Poco, su flota ha sido vencida, ustedes controlan la mayor parte del centro, nada más.
-¿Cree que Alsinoff puede ordenar un bombardeo naval?
-Sí, no tiene otra opción para recuperar el territorio perdido. ¿Podría hacer que me atiendan la herida?
-Todavía no sé si vale la pena, ¿conoce las claves de transmisión?
-Sí, pero ya las habrán cambiado.
-No si piensan que usted fue muerto en el ataque al departamento de inteligencia interna.
-Mi vida no valdrá nada si le digo las claves.
-Ya no vale nada, Lopresti, haga lo que quiera, me está empezando a aburrir, pensé que me iba a sorprender mostrando algún tipo de valentía.
-Colaboraré, le diré las claves. quiero estar de su lado...
-¿Y por qué traicionaría a su guía y mentor?,¿sólo por cobardía?
-Tengo miedo, pero no es eso, yo también he hecho mi evaluación...
-¿Y cuál sido el resultado de su evaluación?
-Usted ganará la guerra.
-¿Y en que fundamenta esa conclusión?
-He visto combatir a sus tropas, y he visto combatir a los leales, los suyos tienen una convicción completa en su causa, desde que se inició el levantamiento los leales no hacen otra cosa que retroceder...
-Podría equivocarse.
-Lo dudo.
-De modo que lo suyo no es cobardía sino...
-Conveniencia y voluntad de poder... usted reconstruirá Malabrigo.
Metco le envidió a Lopresti su creencia de que aún era posible un futuro y dijo-Está bien, ordenaré que lo atiendan.
-El dedo, señor, pueden reimplantármelo.
-No joda, Lopresti, es bueno que tenga un recordatorio permanente- dijo Metco, y le ordenó a la mujer que se llevara a Lopresti, lo hiciera atender y le asignaran un alojamiento y un lugar para trabajar en el edificio.
Otro payaso más en el circo, otro imbécil alucinado con la posibilidad de tener un futuro aquí, se dijo, y por primera vez pensó con seriedad en la posibilidad del suicidio. Ya no lo atormentaban las imágenes y sonidos, ahora sólo había silencio y una sensación de cansancio agobiante.
Se sentó en el sillón y contempló el dedo de Lopresti que había olvidado sobre el escritorio, el despojo había manchado de sangre la superficie laqueada, se pasó la lengua por los labios, experimentaba un apetito voraz, trató de resistir el impulso pero la lucha fue breve, tomó el meñique y mordisqueó la carne desgarrada.


28.

Amelia estaba tomando té sentada a la mesa de la cocina cuando Sarita le dijo que el chofer del señor Alsinoff la estaba esperando en el living, el señor lo había enviado para comunicarle algo muy importante.
Amelia suspiró, se levantó y caminó hasta el living.
-Discúlpeme, señora, por no haberme anunciado telefónicamente, pero las líneas no son seguras.
-Me alarma, Verduk, ¿qué pasó?
-La situación es grave, señora, hubo una sublevación y hay enfrentamientos en el centro y en la zona del puerto, el señor quiere que usted se ponga a salvo hasta que terminen los incidentes, lo más adecuado es que se traslade hasta un lugar controlado por las fuerzas leales.
-Entiendo, ¿quienes son los sublevados?
-Los seguidores del traidor Metco, asaltaron la cárcel y lo liberaron.
-¿Y cuáles son sus órdenes, Verduk?
-Llevarla hasta la casa del Consejo.
-¿Esa es la idea que tiene mi esposo de la seguridad? No, no estoy de acuerdo.
-Señora...
-Nada, Verduk, voy a hacer una rectificación de sus órdenes.
Verduk intento iniciar una discusión, pero la mirada de Amelia lo desalentó.
-¿Tiene suficiente combustible como para llegar hasta Azuria?
-Si, señora. -admitió Verduk resignado.
Amelia llamó a Sarita y le ordenó que le preparara un bolso con ropa para una semana; encendió un cigarrillo y comenzó a pasearse por la habitación, Verduk permanecía de pie, inmóvil, con una expresión de preocupación en su rostro.
-Siéntese, Verduk, Sarita demorará un rato.
-Gracias, señora.
-¿Qué piensa, Verduk?
El chofer suspiró, cruzó las piernas y sacó un atado de cigarrillos-¿Puedo?
-Claro, ¿tiene fuego?
-Sí, gracias. -Verduk encendió el cigarrillo, exhaló la primera pitada y dijo-Pienso muchas cosas, señora, aunque esa no sea mi función, precisamente y rara vez alguien me pregunte que es lo que pienso.
-Perdóneme, no quise ser indiscreta.
-No, no es eso; usted me preguntó que pensaba y se lo diré: lo que está pasando no es bueno y cuando concluya Malabrigo no volverá a ser la misma.
-Coincido con usted.
-Por eso se va.
-Nada me ata a este lugar.
-¿Está segura?
-Absolutamente, Verduk, absolutamente... ah, Sarita, ya terminaste, muchas gracias.
-Señora...
-¿Qué, Sarita?
-¿Cuando va a volver?
-No lo sé.
La mujer la miró compungida y Amelia comprendió que su decisión había desordenado por completo la vida de Sarita, se sintió egoísta y miserable y tuvo que decir-Podés venir conmigo.
Los ojos de Sarita se iluminaron durante unos segundos pero al cabo recuperaron la expresión de resignación que los caracterizaba-Me encantaría, señor, jamás salí de Malabrigo, pero mis padres están grandes y me necesitan, soy la única hija que les queda...
-Podrías quedarte aquí cuidando la casa, pero mi marido dice que este lugar no será seguro...
-Está bien, señora, ya me arreglaré de alguna forma. Cuídese.
Amelia la abrazó y cuando se separaron había lágrimas en los ojos de las dos.
-Vos también cuidate.
Salieron y caminaron hacia el auto, Amelia volvió a abrazar a Sarita, le dio el dinero de dos meses de sueldo, se separó de ella en silencio, acomodó el bolso y subió al auto. Su decisión era firme pero le dolía esa forma de partir.
Dejaron atrás la casa y circularon por las calles del barrio residencial hasta acceder a una avenida que seguía hacia el Oeste, las calles estaban desoladas a pesar de ser un día laborable. No había camiones de reparto, ni omnibus ni transporte de escolares y los autos que se veían estaban inmóviles. Amelia bajó la ventanilla, quería escuchar algún sonido que desmintiera su impresión de estar circulando por un inmenso cementerio urbano, pero no lo consiguió: sólo pudo oír el sonido que producía el auto al rodar, las hojas de los árboles al mecerse ante la brisa y un lejano sonido sordo e irregular.
-Esto me da miedo.
-A mí también, señora. -admitió Verduk-Muchos han marchado hacia la guerra y otros están expectantes dudando por quién tomar partido, haciendo sus cálculos miserables... pronto se verán obligados a decidirse.
-¿Y usted, Verduk?
-Yo no hago cálculos, señora, yo soy un soldado.
-Pero puede revisar sus decisiones...
-No decido, señora, obedezco órdenes...
-No esperaba otra cosa de usted.
Dos náufragos a la deriva por la planicie, no somos más que eso. ¿Será Verduk consciente de su desamparo?,¿Qué cosas lo impulsarán a aferrarse a los restos de lo que fue?. Un cigarrillo, necesito un cigarrillo. Las cartas están echadas, hace tiempo que el curso es irreversible, sólo que ahora se está jugando la última mano. Sarita, tendría que haberla traído conmigo,¿quién sabe que puede pasar con la casa? Tengo que llamar a Victor y decirle que la ponga bajo custodia, pero ahora no, no soy capaz de mantener una conversación con él ahora, ya tendré tiempo cuando llegue a Azuria. Sí, la tendría que haber traído a Sarita. Es una sobreviviente nata pero no sé si encontrará alguna forma de no ser arrastrada a la guerra. ¿Y yo? Yo no tengo salida, desde que murió Gonzalo no tengo salida, quiero un final tranquilo, quiero morir atenta a su recuerdo.




sábado, 1 de marzo de 2008

27.

Después de llamar a Alsinoff, Lopresti se quedó parado junto al escritorio, su jefe le había asignado la misión de relevar los sectores que aún permanecían fieles a la autoridad estatal y la inspección no había sido demasiado halagüeña. Contaban con menos de la mitad de los efectivos de la ciudad, y la marina de guerra se había partido y combatía en las proximidades del puerto. Lopresti comenzó a pensar en cuál sería la mejor forma de abandonar Malabrigo; unos golpes violentos en la puerta lo sacaron de su meditación, un teniente de la guardia entró y dijo-Perdón, señor, pero los rebeldes han tomado posición a una cuadra, si no intentamos salir ahora, tal vez mas tarde no lo consigamos.
-Está bien, lo sigo.
El teniente preguntó-¿Tiene arma?
Lopresti sacó orgulloso la pistola automática de la sobaquera.
-No creo que sea suficiente, señor.
-¿Tan mal están las cosas? -preguntó Lopresti tratando de que su creciente miedo no se hiciera evidente.
-Bajemos, le daré una ametralladora.
Salieron de la oficina y cuando habían llegado al descanso del primer piso una ruidosa explosión se produjo por encima de ellos.
-Morteros. -explicó el oficial mientras trotaban escaleras abajo, cuando llegaron al vestíbulo del edificio, la imagen paralizó a Lopresti; los vidrios frontales estaban rotos y esparcidos por el suelo, la recepcionista yacía sobre el mostrador con el cráneo ensangrentado y roto descansando sobre el brazo izquierdo. Los sillones y los dos sofás estaban ocupados por policías muertos y heridos; algunos, por sus posturas, parecían estar durmiendo una siesta o descansando las piernas al cabo de una guardia prolongada. Frente a la entrada había cuerpos de hombres y mujeres, el teniente explicó-Son los empleados, entraron en pánico, les pedimos que aguantaran hasta que acabáramos con la ametralladora pero no quisieron oír.
El sonido de los disparos era ensordecedor, había policías disparando con regularidad apostados entre los cadáveres; el teniente sacó a Lopresti de su inmovilidad alcanzándole una ametralladora que había quitado de las manos de un policía muerto-Tome, ¿sabe cómo utilizarla?
-Sí, claro. -respondió Lopresti recordando fugazmente el período de su instrucción militar, aunque, claro, esta no había incluido cadáveres, o la posibilidad de llegar a ser uno de ellos al momento siguiente.
Otra explosión sacudió el edificio.
-Vamos, señor, tenemos que salir de aquí pronto.
Los dos se acercaron a la entrada tratando de no pisar los cuerpos, los policías seguían disparando hacia la bocacalle de la izquierda.
-¿Cómo están las cosas?
-Estos turros tiran con fusiles automáticos, pero desde hace rato intentan desplazar una ametralladora para reventarnos del todo, hasta ahora lo evitamos pero nos estamos quedando sin munición.
-Tenemos que llegar hasta la Casa del Consejo, allí estaremos seguros. -dijo Lopresti.
-Va a ser difícil, pero lo intentaremos, Peretti y Gómez se quedaran aquí cubriéndonos, el resto saldremos a un mismo tiempo hacia la derecha, cuando encontremos reparo los cubriremos desde allí, allá a la derecha hay una camioneta y un par de autos, allí buscaremos cubierta. ¿Entendido?
-Entendido, señor.
-A la cuenta de tres. ¿Está listo, señor?-preguntó el oficial a Lopresti.
-Sí, claro.
-La ametralladora.
-¿Qué?
-No la cargó, señor.
-Ah, sí, claro. -admitió Lopresti y desplazó la corredera hacia atrás.-Listo
-Atentos, uno, dos, tres.
Peretti y Gómez comenzaron a disparar breves y continuas ráfagas, el resto saltó sobre los cadáveres y restos de mampostería y comenzó a correr con desesperación buscando la protección de los vehículos; cada tanto giraban y disparaban hacia los enemigos que estaban detrás de ellos, a excepción de Lopresti que corría a toda velocidad para encontrar refugio detrás de la camioneta, con violentas palpitaciones en las sienes, sospechando que la muerte lo sorprendería antes de poder llegar a su meta. Cuando se arrojó detrás de la camioneta y se atrevió a mirar hacia atrás vio que todos los hombres que habían salido con él habían caído y estaban dispersos por la calle muertos o moribundos, tiñendo el pavimento con su sangre y sus vísceras. Los dos policías que se habían quedado en el edificio, seguían disparando. Pensó que debía disparar para cubrirlos pero se dijo que era inútil, sólo serviría para delatar su posición. Una ráfaga de ametralladora acribilló la camioneta, perforando la chapa y destrozando los vidrios. Ahora o nunca, ahora o nunca, se dijo y corrió desesperado hacia la esquina oyendo como las balas picaban detrás buscándolo. Dobló la esquina y se encontró frente a un grupo de civiles armados, reconoció a una de las mujeres. -Hola, Silvia. -dijo sonriendo.
-Es uno de ellos, responsable de las ejecuciones en la radio, la mano derecha de Alsinoff.
-Pero, Silvita,¿qué decís?
-Matémoslo ya. -alentó otra mujer.
Tres o cuatro se acercaron apuntándolo.
-No. -dijo una voz clara y enérgica, del grupo se desprendió una mujer joven y delgada vestida con un mono gris que cargaba sin dificultad un fusil pesado-Tenemos órdenes precisas de llevar a todos los cuadros capturados ante Metco.
-Pero merece morir. -reclamó Silvia.
-Seguramente. -aceptó la muchacha del fusil-pero debemos cumplir lo que nos ha sido ordenado, la disciplina es fundamental para ganar esta guerra.
Lopresti aún tenía la ametralladora en sus manos como un objeto extraño e inútil, se la quitaron, le ordenaron llevar las manos a la espalda y lo esposaron.

26.

Cacho se despidió y colgó, Marta lo miraba en silencio, expectante. Cacho asintió con expresión apesadumbrada.
-Así que empezó...
-El problema no es como empieza sino cómo va a terminar...
-¿Vamos a la encrucijada?
-Sí, esperá que hago algunas llamadas.
-Mientras, me voy a hablar con Irma, no quiero que se desespere. -Marta se puso una campera y salió.
Cacho permaneció inmóvil parado junto al teléfono sin decidirse a llamar, suspiró, levantó el tubo e hizo la primera llamada. Cuando concluyó, se sentó a la mesa y se tomó la cabeza entre las manos. ¿Cuándo terminaría esa locura y tal vez, no menos importante, ¿cómo terminaría? Había elegido permanecer en Malabrigo a pesar que desde su infancia era consciente de la monstruosidad que era su núcleo, esperanzado en la posibilidad de que la perversidad en algún momento pudiera revertirse. Su padre con una fe humilde pero persistente había alimentado esa esperanza con una bondad que él no creía haber heredado. El sargento Ojeda había sido un hombre bueno y sencillo, que en la desolación de la posguerra había persistido en la memoria. Un sabio de conocimiento ambiguo que creía con firmeza en la redención del mal que dominaba Malabrigo, Cacho había tomado ese legado pero ahora se le hacía pesado en su inconsistencia. El mal y la muerte formaban un círculo inquebrantable que no podían ser redimidos. Malabrigo era un aquelarre donde el ritual de la destrucción continua sólo se ocultaba por un tiempo para tomar fuerza y aparecer con mayor violencia y ferocidad. La encrucijada era un refugio, pero,¿por cuánto tiempo? ,¿y después qué?, ¿no sería mejor partir al exilio de una buena vez?
Se puso de pie y comenzó a caminar de un lado al otro de la cocina, se dijo que era mejor pensar en dar una paso a la vez. Ahora tenía la obligación de poner a salvo a todos los que no quisieran inmiscuirse en la guerra, ya bastantes problemas habría para superar los bloqueos que los bandos en pugna habrían establecido en las calles de la ciudad.
Pensó en Tomás, que a esa hora ya debería estar a salvo en Azuria, y por unos segundos lo envidió.
-Hola. -saludó Irma con voz tímida.
Cacho se volvió hacia la chica y por unos segundos no la reconoció.
-Disculpame, no quise interrumpirte.
-No, no es nada, ¿cómo estás?
-Preocupada por mamá.
-No te preocupes, va a estar allí cuando lleguemos...
-¿Cuánto va a durar?
-No sé, pero tenemos que apurarnos no van a tardar en militarizar la ciudad, ¿trajiste algún abrigo?
-Sí, claro.
Marta informó-Estaba bien preparada, se trajo un bolso lleno de comida.
-Hiciste muy bien, Irma. Bueno, chicas, vamos.
Salieron de la casa, el sol temprano entibiaba el mundo y apenas soplaba una brisa desde el mar que traía el sonido de detonaciones.
-Están combatiendo en el puerto. -explicó Cacho.
Subieron a la camioneta y Cacho puso en marcha el viejo motor diesel y esperó que tomara la temperatura adecuada, Marta e Irma permanecieron en silencio.
Cacho condujo por calles secundarias tratando de evitar una aproximación directa a la costanera; Irma dijo-No entiendo esta guerra.
Marta explicó-No hay demasiado que entender, son sólo dos fracciones que luchan por el poder....
-Precisamente es eso lo que no entiendo.
-El poder de Malabrigo se dividió en dos fracciones, los que siguen a Alsinoff estan convencidos de que la imposición general del canibalismo ritual conseguirá terminar con la anomalía, los que siguen a Metco están convencidos de que la destrucción del gobierno es lo que asegurará la desaparición de la anomalía.
-¿Pero entonces no tendríamos que estar con Metco?
-De ninguna manera -explicó Marta-Implicarnos en la guerra nos igualaría a ellos, además Metco sólo busca generar caos; él destruyó las máscaras para llevar a Malabrigo a una crisis terminal, buscaba la muerte y necesitaba a Tomás como testigo de que no se había suicidado...
-Podemos decir que tuvo algún éxito, aunque no previó la reacción de Tomás ni su poder. -agregó Cacho.
-¿Poder? -preguntó Irma.
-Alsinoff o alguno de sus agentes intentó asesinarlo cuando estaba en prisión pero Tomás no solamente zafó de ser asesinado sino que también pudo salir de la prisión sin sufrir daño alguno, fue entonces cuando lo encontramos en la plaza,¿te acordás?
-Sí, claro, pero no entiendo como puede tener algún tipo de poder si no pertenece a Malabrigo.
-El nació aquí, y además es el nieto de Pablo Arregoitía a quien no creo que conozcas.
-Nunca lo oí nombrar.
-Es lógico, la mención a su nombre y obras esta prohibida desde hace más de treinta años.
-¿Por qué?
-Tenía un raro don, más allá de la capacidad literaria, claro, todas sus obras mostraban la degeneración creciente de Malabrigo aún cuando él no supiera conscientemente qué era lo que realmente escribía, él escribió Los hijos de Saturno un año antes de que se propusiera el canibalismo ritual en el Consejo, sólo estuvo quince días en cartel...
-Lo de siempre. -admitió Irma con resignación-Y usted piensan que de alguna forma Arregoitía ha vuelto para defender a su nieto...
-Algo así...
Habían llegado al fin de la calle y para acceder a la encrucijada debían circular por un tramo de la costanera, Cacho detuvo la camioneta y explicó-Podemos tener alguna dificultad un poco adelante, Irma, estate atenta pero no te asustes.
La camioneta giró a la derecha, continuó por dos cuadras y llegó a la costanera. Abajo, hacia la derecha se veían explosiones de un naranja intenso y columnas de humo que la brisa dispersaba de a poco.
Cuando tomaron la avenida, vieron que a un par de cuadras aparecía un bloqueo: una barricada hecha con tambores de combustibles y maderas arrancadas de una obra en construcción,;estaba custodiada por dos hombres, uno llevaba el uniforme de la policía urbana y el otro era un civil, los dos cargaban ametralladoras. El uniformado hizo una seña para que se detuvieran cuando estuvieron a unos veinte metros, el otro apuntaba a la camioneta.
-No se puede seguir por acá. -observó el uniformado.
-¿Por qué? -preguntó con tranquilidad Cacho.
-Ordenes del Comando Central, nadie puede salir de la ciudad sin autorización superior.
-¿Por qué no llama a su compañero?
-Señor, tengo órdenes de disparar a cualquiera que desobedezca la normativa.
-Usted no disparará.
El guardia quedó inmóvil en su lugar, con la mirada vacía, el otro hombre alarmado, se acercó corriendo a la camioneta. -¿Qué pasa aquí?-preguntó con una voz autoritaria que intentaba alejar la inseguridad que experimentaba.
-Nada, solamente estaba hablando con su compañero y comentando cómo van a liberar la avenida para que podamos pasar. -explicó Cacho persistiendo en su tranquilidad.
-Sí, claro, señor, vamos Felipe, tenemos que sacar las tablas.
-¿Hipnosis?-preguntó Irma maravillada.
-No lo sé con exactitud, es un procedimiento que le vi realizar por primera vez a mi padre, entonces me dijo que sólo era una ayudita de los invisibles.
Los guardias, entretanto, estaban quitando las tablas que obstruían el paso.
-¿Invisibles? Para mí eran bien reales y aterrorizantes.
Marta le pasó la mano sobre el hombro y la atrajo hacía sí-Era el lugar desde donde veías, Irma, ahora ya no tenés que temer más, vos decidiste voluntariamente dejar la máscara....
El paso había quedado liberado, Cacho puso primera y pisó el acelerador, los guardias se quedaron en posición de firmes parados junto a los tambores. Cuando los dejaron atrás, Irma preguntó-¿Qué les va a pasar ahora?
-Nada, solamente se olvidarán de que nos han visto y se sorprenderán de que la avenida no esté bloqueada.
-Están acostumbrados a no ver lo que no quieren. -comentó Marta.
Siguieron por la costanera y pudieron ver la batalla que se libraba en las proximidades del puerto: el fuego de los cañones, los estallidos sobre las estructuras, los restos de los barcos que no habían terminado de hundirse y pequeñas formas blancas flotando a la deriva.
Irma señaló hacia el lugar y antes de que pudiera preguntar, Marta dijo-Sí, son cuerpos.
Cacho hizo girar la camioneta a la izquierda, dejaron atrás la costanera y se internaron en un barrio de casas bajas y pobres; a medida que avanzaron hacia el oeste las casas fueron desapareciendo hasta que transitaron por una colina cubierta por pastizales con algunos árboles dispersos. El camino descendió con rapidez y al frente apareció un grupo de árboles que señalaba la encrucijada, a su sombra había camiones, autos, camionetas y personas que armaban carpas, juntaban leña o charlaban en grupos.
Algunos empezaron a saludar a los gritos cuando reconocieron la camioneta, Cacho estacionó y bajaron, un grupo de hombres y mujeres se acercó a él y Cacho les indicó que se apartaran un poco del resto.
Una mujer pelirroja, cincuentona, vestida con un buzo celeste que daba profundas y frecuentes pitadas a su cigarrillo fue la primera en hablar-Cacho, muchos no van a poder llegar hasta aquí si no hacemos algo, completamos la cadena de llamados pero los bloqueos fueron muy rápidos en la zona controlada por los metcoítas y muchos fueron retenidos.
Un joven delgado, de anteojos dijo-Yo vi como retenían a una familia completa a cuatro cuadras de la Casa del Consejo.
-¿ Y por qué no interviniste?
El joven bajó la vista y no respondió.
-Todos tenemos miedo, Eduardo, pero tenemos que combatirlo si queremos resistir hasta que la guerra acabe. -dijo un viejo delgado y calvo, que jugaba con un llavero.
-Javier tiene razón, Eduardo. -agregó Cacho-Vos tenés un don que pocos tenemos y debiste usarlo para ayudar a esa familia.
-No pude, no soporté los tiros ni las explosiones.
-Déjenlo tranquilo-pidió una mujer rubia y regordeta que había escuchado impaciente la conversación descargando el peso de su cuerpo sobre una y otra pierna.-Tenemos que decidir de qué forma vamos a ayudar a la gente que ha quedado retenida.
-Es que la actitud de Eduardo es parte de la cuestión. -explicó Cacho con paciencia-Somos apenas diez o doce los que manejamos el don y todos somos necesarios...
Javier dijo-Podemos relevar de la obligación a aquellos que no se sientan capaces.
-Nadie está obligado a hacer nada. -aclaró la pelirroja-Eso es lo que nos diferencia de los que se están matando allá...
Cacho dijo-No te confundas, Delia, por el contrario, todos tenemos aquí una obligación, que no tengamos un código de disciplina explícito no quiere decir que no tengamos que tener una disciplina.
Irma no podía prestar atención al diálogo que mantenía Marta con el grupo de personas en torno al fuego que habían encendido a un lado de los árboles, sabía que el diálogo importante se desarrollaba en el grupo en que estaba Cacho. Se sentía rara, con un mareo que de ninguna forma era físico, en unos pocos días todo lo que había designado como su vida, se había disuelto. Y entonces, con culpa, recordó a su madre; Cacho le había dicho que iba a estar allí, pero hasta entonces no la había visto, se separó del grupo y comenzó a caminar bajo los árboles y entre los vehículos, y vio que un grupo de adolescentes y chicos estaban levantando carpas y cavando zanjas dirigidos por un hombre alto y delgado vestido con ropas deportivas, junto él estaba parada un mujer pequeña y delgada cubierta con un abrigo marrón.
-Mamá.
-Irma, hijita, pudiste salir!
Se abrazaron y luego su madre le presentó al hombre que dirigía las obras, se llamaba Ricardo y era profesor de Educación Física.
-No sabemos cuánto tiempo durará la guerra y tenemos que disponer de la mejor forma nuestra estadía aquí. -explicó Fernando
-Claro, claro. -aceptó Irma. Su madre la miró pensativa durante unos segundos y luego, con lágrimas en los ojos, la tomó de la mano y le dijo-Estoy tan contenta de que estés aquí, él nos protege.
Fernando se disculpó y se acercó a los chicos que estaban trabajando para darles indicaciones. Irma tardó en comprender que con ese "él", su madre se estaba refiriendo a su hermano que estaba enterrado a pocos metros.
-Tuve tanto miedo de que decidieras quedarte allá, con ellos.
-Mamá.
-Sí, tal vez fue injusto, pero pediste la máscara, la usabas todos los días, ¿qué podía pensar yo entonces?
-¿Por qué no me dijiste, mamá, por qué no me dijiste?
-No pude, después de la muerte de tu hermano, intenté negarme a saber, a asumir todo hasta el final y sólo me quedó el alcohol...
-Pero estaba yo.
-Claro que estabas vos, nunca dejé de tenerte en cuenta, y eso me daba más miedo...
-No entiendo.
-Habíamos criado a tu hermano para que nunca tuviera que usar máscaras, para que siempre fuera consciente de lo real detrás de la impostura; pero Esteban no lo soportó, tal vez lo presioné demasiado, tal vez estaba en su naturaleza, pero no lo soportó y pensé que quizá me había equivocado y que hubiera sido mejor que se hubiera adaptado al rostro de Malabrigo, por eso cuando vos pediste la máscara pensé que eso era lo adecuado... al menos seguirías viva...
Irma la abrazó.