sábado, 1 de marzo de 2008

26.

Cacho se despidió y colgó, Marta lo miraba en silencio, expectante. Cacho asintió con expresión apesadumbrada.
-Así que empezó...
-El problema no es como empieza sino cómo va a terminar...
-¿Vamos a la encrucijada?
-Sí, esperá que hago algunas llamadas.
-Mientras, me voy a hablar con Irma, no quiero que se desespere. -Marta se puso una campera y salió.
Cacho permaneció inmóvil parado junto al teléfono sin decidirse a llamar, suspiró, levantó el tubo e hizo la primera llamada. Cuando concluyó, se sentó a la mesa y se tomó la cabeza entre las manos. ¿Cuándo terminaría esa locura y tal vez, no menos importante, ¿cómo terminaría? Había elegido permanecer en Malabrigo a pesar que desde su infancia era consciente de la monstruosidad que era su núcleo, esperanzado en la posibilidad de que la perversidad en algún momento pudiera revertirse. Su padre con una fe humilde pero persistente había alimentado esa esperanza con una bondad que él no creía haber heredado. El sargento Ojeda había sido un hombre bueno y sencillo, que en la desolación de la posguerra había persistido en la memoria. Un sabio de conocimiento ambiguo que creía con firmeza en la redención del mal que dominaba Malabrigo, Cacho había tomado ese legado pero ahora se le hacía pesado en su inconsistencia. El mal y la muerte formaban un círculo inquebrantable que no podían ser redimidos. Malabrigo era un aquelarre donde el ritual de la destrucción continua sólo se ocultaba por un tiempo para tomar fuerza y aparecer con mayor violencia y ferocidad. La encrucijada era un refugio, pero,¿por cuánto tiempo? ,¿y después qué?, ¿no sería mejor partir al exilio de una buena vez?
Se puso de pie y comenzó a caminar de un lado al otro de la cocina, se dijo que era mejor pensar en dar una paso a la vez. Ahora tenía la obligación de poner a salvo a todos los que no quisieran inmiscuirse en la guerra, ya bastantes problemas habría para superar los bloqueos que los bandos en pugna habrían establecido en las calles de la ciudad.
Pensó en Tomás, que a esa hora ya debería estar a salvo en Azuria, y por unos segundos lo envidió.
-Hola. -saludó Irma con voz tímida.
Cacho se volvió hacia la chica y por unos segundos no la reconoció.
-Disculpame, no quise interrumpirte.
-No, no es nada, ¿cómo estás?
-Preocupada por mamá.
-No te preocupes, va a estar allí cuando lleguemos...
-¿Cuánto va a durar?
-No sé, pero tenemos que apurarnos no van a tardar en militarizar la ciudad, ¿trajiste algún abrigo?
-Sí, claro.
Marta informó-Estaba bien preparada, se trajo un bolso lleno de comida.
-Hiciste muy bien, Irma. Bueno, chicas, vamos.
Salieron de la casa, el sol temprano entibiaba el mundo y apenas soplaba una brisa desde el mar que traía el sonido de detonaciones.
-Están combatiendo en el puerto. -explicó Cacho.
Subieron a la camioneta y Cacho puso en marcha el viejo motor diesel y esperó que tomara la temperatura adecuada, Marta e Irma permanecieron en silencio.
Cacho condujo por calles secundarias tratando de evitar una aproximación directa a la costanera; Irma dijo-No entiendo esta guerra.
Marta explicó-No hay demasiado que entender, son sólo dos fracciones que luchan por el poder....
-Precisamente es eso lo que no entiendo.
-El poder de Malabrigo se dividió en dos fracciones, los que siguen a Alsinoff estan convencidos de que la imposición general del canibalismo ritual conseguirá terminar con la anomalía, los que siguen a Metco están convencidos de que la destrucción del gobierno es lo que asegurará la desaparición de la anomalía.
-¿Pero entonces no tendríamos que estar con Metco?
-De ninguna manera -explicó Marta-Implicarnos en la guerra nos igualaría a ellos, además Metco sólo busca generar caos; él destruyó las máscaras para llevar a Malabrigo a una crisis terminal, buscaba la muerte y necesitaba a Tomás como testigo de que no se había suicidado...
-Podemos decir que tuvo algún éxito, aunque no previó la reacción de Tomás ni su poder. -agregó Cacho.
-¿Poder? -preguntó Irma.
-Alsinoff o alguno de sus agentes intentó asesinarlo cuando estaba en prisión pero Tomás no solamente zafó de ser asesinado sino que también pudo salir de la prisión sin sufrir daño alguno, fue entonces cuando lo encontramos en la plaza,¿te acordás?
-Sí, claro, pero no entiendo como puede tener algún tipo de poder si no pertenece a Malabrigo.
-El nació aquí, y además es el nieto de Pablo Arregoitía a quien no creo que conozcas.
-Nunca lo oí nombrar.
-Es lógico, la mención a su nombre y obras esta prohibida desde hace más de treinta años.
-¿Por qué?
-Tenía un raro don, más allá de la capacidad literaria, claro, todas sus obras mostraban la degeneración creciente de Malabrigo aún cuando él no supiera conscientemente qué era lo que realmente escribía, él escribió Los hijos de Saturno un año antes de que se propusiera el canibalismo ritual en el Consejo, sólo estuvo quince días en cartel...
-Lo de siempre. -admitió Irma con resignación-Y usted piensan que de alguna forma Arregoitía ha vuelto para defender a su nieto...
-Algo así...
Habían llegado al fin de la calle y para acceder a la encrucijada debían circular por un tramo de la costanera, Cacho detuvo la camioneta y explicó-Podemos tener alguna dificultad un poco adelante, Irma, estate atenta pero no te asustes.
La camioneta giró a la derecha, continuó por dos cuadras y llegó a la costanera. Abajo, hacia la derecha se veían explosiones de un naranja intenso y columnas de humo que la brisa dispersaba de a poco.
Cuando tomaron la avenida, vieron que a un par de cuadras aparecía un bloqueo: una barricada hecha con tambores de combustibles y maderas arrancadas de una obra en construcción,;estaba custodiada por dos hombres, uno llevaba el uniforme de la policía urbana y el otro era un civil, los dos cargaban ametralladoras. El uniformado hizo una seña para que se detuvieran cuando estuvieron a unos veinte metros, el otro apuntaba a la camioneta.
-No se puede seguir por acá. -observó el uniformado.
-¿Por qué? -preguntó con tranquilidad Cacho.
-Ordenes del Comando Central, nadie puede salir de la ciudad sin autorización superior.
-¿Por qué no llama a su compañero?
-Señor, tengo órdenes de disparar a cualquiera que desobedezca la normativa.
-Usted no disparará.
El guardia quedó inmóvil en su lugar, con la mirada vacía, el otro hombre alarmado, se acercó corriendo a la camioneta. -¿Qué pasa aquí?-preguntó con una voz autoritaria que intentaba alejar la inseguridad que experimentaba.
-Nada, solamente estaba hablando con su compañero y comentando cómo van a liberar la avenida para que podamos pasar. -explicó Cacho persistiendo en su tranquilidad.
-Sí, claro, señor, vamos Felipe, tenemos que sacar las tablas.
-¿Hipnosis?-preguntó Irma maravillada.
-No lo sé con exactitud, es un procedimiento que le vi realizar por primera vez a mi padre, entonces me dijo que sólo era una ayudita de los invisibles.
Los guardias, entretanto, estaban quitando las tablas que obstruían el paso.
-¿Invisibles? Para mí eran bien reales y aterrorizantes.
Marta le pasó la mano sobre el hombro y la atrajo hacía sí-Era el lugar desde donde veías, Irma, ahora ya no tenés que temer más, vos decidiste voluntariamente dejar la máscara....
El paso había quedado liberado, Cacho puso primera y pisó el acelerador, los guardias se quedaron en posición de firmes parados junto a los tambores. Cuando los dejaron atrás, Irma preguntó-¿Qué les va a pasar ahora?
-Nada, solamente se olvidarán de que nos han visto y se sorprenderán de que la avenida no esté bloqueada.
-Están acostumbrados a no ver lo que no quieren. -comentó Marta.
Siguieron por la costanera y pudieron ver la batalla que se libraba en las proximidades del puerto: el fuego de los cañones, los estallidos sobre las estructuras, los restos de los barcos que no habían terminado de hundirse y pequeñas formas blancas flotando a la deriva.
Irma señaló hacia el lugar y antes de que pudiera preguntar, Marta dijo-Sí, son cuerpos.
Cacho hizo girar la camioneta a la izquierda, dejaron atrás la costanera y se internaron en un barrio de casas bajas y pobres; a medida que avanzaron hacia el oeste las casas fueron desapareciendo hasta que transitaron por una colina cubierta por pastizales con algunos árboles dispersos. El camino descendió con rapidez y al frente apareció un grupo de árboles que señalaba la encrucijada, a su sombra había camiones, autos, camionetas y personas que armaban carpas, juntaban leña o charlaban en grupos.
Algunos empezaron a saludar a los gritos cuando reconocieron la camioneta, Cacho estacionó y bajaron, un grupo de hombres y mujeres se acercó a él y Cacho les indicó que se apartaran un poco del resto.
Una mujer pelirroja, cincuentona, vestida con un buzo celeste que daba profundas y frecuentes pitadas a su cigarrillo fue la primera en hablar-Cacho, muchos no van a poder llegar hasta aquí si no hacemos algo, completamos la cadena de llamados pero los bloqueos fueron muy rápidos en la zona controlada por los metcoítas y muchos fueron retenidos.
Un joven delgado, de anteojos dijo-Yo vi como retenían a una familia completa a cuatro cuadras de la Casa del Consejo.
-¿ Y por qué no interviniste?
El joven bajó la vista y no respondió.
-Todos tenemos miedo, Eduardo, pero tenemos que combatirlo si queremos resistir hasta que la guerra acabe. -dijo un viejo delgado y calvo, que jugaba con un llavero.
-Javier tiene razón, Eduardo. -agregó Cacho-Vos tenés un don que pocos tenemos y debiste usarlo para ayudar a esa familia.
-No pude, no soporté los tiros ni las explosiones.
-Déjenlo tranquilo-pidió una mujer rubia y regordeta que había escuchado impaciente la conversación descargando el peso de su cuerpo sobre una y otra pierna.-Tenemos que decidir de qué forma vamos a ayudar a la gente que ha quedado retenida.
-Es que la actitud de Eduardo es parte de la cuestión. -explicó Cacho con paciencia-Somos apenas diez o doce los que manejamos el don y todos somos necesarios...
Javier dijo-Podemos relevar de la obligación a aquellos que no se sientan capaces.
-Nadie está obligado a hacer nada. -aclaró la pelirroja-Eso es lo que nos diferencia de los que se están matando allá...
Cacho dijo-No te confundas, Delia, por el contrario, todos tenemos aquí una obligación, que no tengamos un código de disciplina explícito no quiere decir que no tengamos que tener una disciplina.
Irma no podía prestar atención al diálogo que mantenía Marta con el grupo de personas en torno al fuego que habían encendido a un lado de los árboles, sabía que el diálogo importante se desarrollaba en el grupo en que estaba Cacho. Se sentía rara, con un mareo que de ninguna forma era físico, en unos pocos días todo lo que había designado como su vida, se había disuelto. Y entonces, con culpa, recordó a su madre; Cacho le había dicho que iba a estar allí, pero hasta entonces no la había visto, se separó del grupo y comenzó a caminar bajo los árboles y entre los vehículos, y vio que un grupo de adolescentes y chicos estaban levantando carpas y cavando zanjas dirigidos por un hombre alto y delgado vestido con ropas deportivas, junto él estaba parada un mujer pequeña y delgada cubierta con un abrigo marrón.
-Mamá.
-Irma, hijita, pudiste salir!
Se abrazaron y luego su madre le presentó al hombre que dirigía las obras, se llamaba Ricardo y era profesor de Educación Física.
-No sabemos cuánto tiempo durará la guerra y tenemos que disponer de la mejor forma nuestra estadía aquí. -explicó Fernando
-Claro, claro. -aceptó Irma. Su madre la miró pensativa durante unos segundos y luego, con lágrimas en los ojos, la tomó de la mano y le dijo-Estoy tan contenta de que estés aquí, él nos protege.
Fernando se disculpó y se acercó a los chicos que estaban trabajando para darles indicaciones. Irma tardó en comprender que con ese "él", su madre se estaba refiriendo a su hermano que estaba enterrado a pocos metros.
-Tuve tanto miedo de que decidieras quedarte allá, con ellos.
-Mamá.
-Sí, tal vez fue injusto, pero pediste la máscara, la usabas todos los días, ¿qué podía pensar yo entonces?
-¿Por qué no me dijiste, mamá, por qué no me dijiste?
-No pude, después de la muerte de tu hermano, intenté negarme a saber, a asumir todo hasta el final y sólo me quedó el alcohol...
-Pero estaba yo.
-Claro que estabas vos, nunca dejé de tenerte en cuenta, y eso me daba más miedo...
-No entiendo.
-Habíamos criado a tu hermano para que nunca tuviera que usar máscaras, para que siempre fuera consciente de lo real detrás de la impostura; pero Esteban no lo soportó, tal vez lo presioné demasiado, tal vez estaba en su naturaleza, pero no lo soportó y pensé que quizá me había equivocado y que hubiera sido mejor que se hubiera adaptado al rostro de Malabrigo, por eso cuando vos pediste la máscara pensé que eso era lo adecuado... al menos seguirías viva...
Irma la abrazó.

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