domingo, 2 de marzo de 2008

29.

Alsinoff seguía con la vista las indicaciones del general sobre el mapa pero pensaba en Amelia, no podía entender por qué se había ido y esa incomprensión lo atormentaba; lo más grave era saber que era sólo la conclusión de un proceso iniciado mucho tiempo atrás. Además, la necesitaba aunque odiara admitirlo, tal vez más que nunca antes, quizá ella había previsto esa necesidad y precisamente por eso se había marchado.
-Y esa es, señor, la situación actual...
-¿Se sabe qué pasó con el edificio de Inteligencia Interna?
-Hace dos horas que perdimos todo contacto, debe haber caído en manos de los metcoítas. -informó el general, un hombre delgado, canoso, con el rostro surcado por diminutas arrugas, apesadumbrado.
-¿Cuánto tiempo tardará la flota en tomar posición?
-Unos veinte minutos. -respondió el hombre obeso, vestido con uniforme azul de la marina e insignias doradas de almirante.
-Bien. -dijo Alsinoff.
-¿Está seguro de esa decisión? -preguntó el almirante.
Alsinoff lo miró con una expresión que consideraba intimidante-¿Y a usted qué le parece, almirante?
-No estoy seguro, señor.
-Le explico, almirante, nuestro objetivo es ganar la guerra.
-Lo comparto plenamente, señor, pero en toda acción de guerra hay que hacer una relación costo-beneficio, usted plantea el bombardeo del sector controlado por los metcoítas, pero ese bombardeo implica la destrucción de la mitad de la ciudad y no estamos seguro de que sea efectivo.
-¿Qué propone entonces?,¿De qué forma podemos vencer su resistencia si nos superan en número?
-Un ultimátum, señor.
-¿Cree que no le he pensado? Sería inútil, Metco obtendría tiempo para seguir presionando con sus fuerzas terrestres y no cedería; el busca el caos completo y sus seguidores lo apoyan con fanatismo, pero si lo consideran adecuado hagan el intento...
Un silencio notable se instaló en la habitación, un silencio que se limitaba a lo discursivo ya que el ámbito estaba dominado por el sonido de las respiraciones, el jugueteo de dedos sobre llaves, lapiceras, anteojos y el desplazamiento de borceguíes y zapatos sobre el piso de madera.
-¿Y bien, caballeros?-preguntó Alsinoff con gentileza taimada. Sabía que los asistentes estaban evaluando las ventajas y costos del bombardeo-¿Qué dice usted, almirante?
-Debe ordenarse el bombardeo.
-Que sean precisos, almirante, queremos ganar la guerra, no morir bajo fuego propio.
-Sí, señor. -admitió el almirante resignado, y salió de la habitación para dar las instrucciones necesarias.
Entonces sonó el teléfono, el general atendió la llamada, mantuvo una breve conversación y palideció.
-¿Y ahora?
-La fuerza aérea responde a los metcoítas, señor.

Metco se enteró de la rendición de la parte de la flota que le respondía temprano en la mañana, una hora después del amanecer, enseguida le informaron de la subordinación de la fuerza aérea. Ambos bandos parecían tener asegurada la destrucción. Un buen final para toda la historia.
Coretti entró a la habitación, saludó con respeto y pidió permiso para sentarse. Se lo veía cansado, los ojos aparecían rodeadas por marcadas ojeras que le daban el aspecto de un mapache pecoso, y la mirada exaltada y entusiasta del primer día parecía cubierta por un velo translúcido que le restaba entusiasmo y potencia. La concreción de la guerra ha apagado bastante su ardor guerrero y fundamentalista, pensó Metco.
-Tendría que dormir un poco, Coretti.
-Tendría, pero hay demasiado que hacer, cuando ganemos la guerra ya tendré tiempo de descansar...
-¿Cómo están las cosas?
-Estamos avanzando en el centro, de a poco vamos venciendo la resistencia, pero es cuestión de tiempo que empiecen con el bombardeo naval...
-Me pregunto si Alsinoff se atreverá a dar ese paso.
-Yo creo que sí, señor, sus tropas están cediendo en toda la ciudad, es su única opción, debilitarnos con el bombardeo.
-Lo que todavía no sabe es que nosotros también podemos bombardearlos, ¿qué porcentaje de subordinación tenemos en la fuerza aérea?
-Yo diría que un poco más del ochenta por ciento.
-¿Puede hacer que esa información llegue sutilmente al enemigo?
Coretti se quedó mirándolo sorprendido, hasta que comprendió la intención, entonces sonrió deslumbrado y comentó-Eso lo hará reflexionar sobre la posibilidad de bombardearnos... señor, la cuestión está resuelta, no dependemos de la decisión del enemigo...
-Prosiga, Coretti, prosiga.
-Podemos ordenar a la fuerza aérea que bombardeé la flota.
-Bingo, Coretti.
-Con eso ganaremos la guerra, señor. -exclamó Coretti recuperando su entusiasmo primigenio.
-Bueno, Coretti, bueno. Aumentamos nuestras posibilidades pero en la guerra nunca hay seguridades absolutas... hagamos esto en dos fases: haga llegar la información al enemigo y observemos el comportamiento de la flota, si está continua su progresión hostil o inicia el cañoneo, la atacaremos.
-Perfecto, señor, voy a transmitir sus órdenes, permiso. -dijo Coretti entusiasmado, se puso de pie y salió de la habitación.
Metco caminó hasta la ventana, desde ahí podía ver el mar y el sol recortando la silueta de los barcos enemigos que se acercaban desde el norte, un poco más acá podía distinguir los vehículos: jeeps, tanques y acorazados de transporte de personal. Seguramente constituían la reserva porque permanecían inmóviles y sin abrir fuego. Había decidido dar la orden de no atacarlos para no delatar su posición, estaba cómodo en ese edificio y no tenía voluntad de trasladarse.
Hubo un golpe en la puerta, Metco autorizó el ingreso y entró una mujer delgada vestida con el uniforme de la policía urbana-Señor, hemos capturado a un cuadro alsinoffista, y como usted ha dicho que quería verlos personalmente...
-Sí, claro, ¿Cuál es su nombre?
-Lopresti, Italo, oficial de inteligencia interna.
Metco sonrió divertido disfrutando de la situación-Condúzcalo hasta aquí.
-Si, señor. -dijo la mujer, salió del salón y al cabo de unos segundos volvió a entrar con un hombre que traía esposado a Lopresti.
-Benditos los ojos que lo ven, Lopresti. Siéntelo ahí-ordenó al guardia.
El hombre arrojó a Lopresti en un sillón y se paró en posición de firme junto a él.
-¿Qué se siente haber elegido el bando incorrecto?
-No tengo porque responder más de lo que enuncia la convención de Ginebra.
-Vamos, Lopresti, no sea payaso, esto es una guerra civil y bien sabe usted donde se encuentra, ¿o acaso se ha privado de disfrutar sabrosos manjares en exclusiva? Usted no es nada, sólo respira porque yo he decidido tener el placer de hablar con todos los cuadros leales que mis tropas puedan capturar... si ahora decidiera descuartizarlo, nada me lo impediría... así que, por favor, responda mi pregunta.
Lopresti permaneció en silencio.
Metco dijo-Señorita, sáquele las esposas, soldado, usted siéntelo en ese sillón e impida que se mueva
El soldado tomó a Lopresti por los hombros y lo obligó a apoyar la espalda contra el respaldo del sillón.
La mujer esperaba órdenes parada junto a Lopresti, Metco dijo-Quiero el dedo meñique izquierdo.
-No. -gritó con desesperación Lopresti intentando liberarse.
-No grite, Lopresti, agrega un patetismo innecesario a la escena.
La mujer tomó un cortapapeles que había sobre el escritorio y apoyó la mano izquierda de Lopresti sobre el apoyabrazos del sillón mientras el soldado lo mantenía sujeto. El corte fue rápido y prolijo, la mujer tomó el dedo y se lo alcanzó a Metco.
Lopresti lloraba y se convulsionaba, su rostro había adquirido una tonalidad rojiza, emitía un sonido difuso a mitad de camino entre el aullido y el sollozo a pesar de que el soldado le había liberado la boca.
-Esto es poder, Lopresti. -dijo Metco mientras le mostraba el dedo balanceándolo.-No la pasión enfermiza que usted experimentaba cuando ejercía de mandadero de Alsinoff...
-Necesito un médico... me estoy desangrando...
-No sea exagerado; Metco, nadie se desangra tan rápido... además disfrútelo, mientras sufra y sienta miedo sabrá que está vivo...
-¿Por qué este sadismo?, yo sólo obedecía órdenes
Metco rió divertido-Y justamente usted se queja por el sadismo, qué gracioso.
-¿Qué es lo quiere?
-Pasar el tiempo de la mejor forma posible, a propósito, ¿qué sabe de la guerra?
-Poco, su flota ha sido vencida, ustedes controlan la mayor parte del centro, nada más.
-¿Cree que Alsinoff puede ordenar un bombardeo naval?
-Sí, no tiene otra opción para recuperar el territorio perdido. ¿Podría hacer que me atiendan la herida?
-Todavía no sé si vale la pena, ¿conoce las claves de transmisión?
-Sí, pero ya las habrán cambiado.
-No si piensan que usted fue muerto en el ataque al departamento de inteligencia interna.
-Mi vida no valdrá nada si le digo las claves.
-Ya no vale nada, Lopresti, haga lo que quiera, me está empezando a aburrir, pensé que me iba a sorprender mostrando algún tipo de valentía.
-Colaboraré, le diré las claves. quiero estar de su lado...
-¿Y por qué traicionaría a su guía y mentor?,¿sólo por cobardía?
-Tengo miedo, pero no es eso, yo también he hecho mi evaluación...
-¿Y cuál sido el resultado de su evaluación?
-Usted ganará la guerra.
-¿Y en que fundamenta esa conclusión?
-He visto combatir a sus tropas, y he visto combatir a los leales, los suyos tienen una convicción completa en su causa, desde que se inició el levantamiento los leales no hacen otra cosa que retroceder...
-Podría equivocarse.
-Lo dudo.
-De modo que lo suyo no es cobardía sino...
-Conveniencia y voluntad de poder... usted reconstruirá Malabrigo.
Metco le envidió a Lopresti su creencia de que aún era posible un futuro y dijo-Está bien, ordenaré que lo atiendan.
-El dedo, señor, pueden reimplantármelo.
-No joda, Lopresti, es bueno que tenga un recordatorio permanente- dijo Metco, y le ordenó a la mujer que se llevara a Lopresti, lo hiciera atender y le asignaran un alojamiento y un lugar para trabajar en el edificio.
Otro payaso más en el circo, otro imbécil alucinado con la posibilidad de tener un futuro aquí, se dijo, y por primera vez pensó con seriedad en la posibilidad del suicidio. Ya no lo atormentaban las imágenes y sonidos, ahora sólo había silencio y una sensación de cansancio agobiante.
Se sentó en el sillón y contempló el dedo de Lopresti que había olvidado sobre el escritorio, el despojo había manchado de sangre la superficie laqueada, se pasó la lengua por los labios, experimentaba un apetito voraz, trató de resistir el impulso pero la lucha fue breve, tomó el meñique y mordisqueó la carne desgarrada.


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