viernes, 25 de enero de 2008

6.

Documento I.

“(…) Demás está decir que atravesamos una crisis gravísima; recordarlo fundamentará nuestra persistencia en la finalidad de determinar con la más rigurosa exactitud la índole de la problemática que nos involucra en tanto ciudadanos y dirigentes de la comunidad. A tal fin expondré los resultados del equipo interdisciplinario que, como ustedes saben, ha dedicado los dos últimos meses a la investigación exhaustiva de las anomalías que se han venido registrando desde el último verano. Trataré de exponer las conclusiones a la que ha arribado en forma sucinta a fin de no prolongar en demasía mi exposición ni de alejar el foco de los puntos fundamentales de la cuestión.
Ante todo debemos distinguir los hechos que objetivamente han ocurrido de la interpretación que estos han originado en cada individuo. Los hechos son: un aumento notable en el índice de suicidios, en el consumo de bebidas alcohólicas, en el inicio de trámites de divorcio y en la producción de abortos espontáneos e inducidos (…)”

Fragmento de la presentación inicial en la Sesión del Consejo de Emergencia, Malabrigo, 1961.

Documento II.

“(…)… el dicente afirma que la cuestión de los espectros es una cuestión banal y que no ve por qué se le da tanta relevancia. Interrogado sobre la angustia y la desesperación que generan afirma que ello se debe a una percepción enfermiza generalizada, de fácil resolución a través de una terapéutica tradicional que lleve a la natural comprensión de la abolición de la muerte. Que todo espectro deja de tener sentido cuando la muerte ha dejado de ser, cuando evidentemente sólo es un portal a través del cual se accede a otro plano, tal cual lo afirmaran oportunamente todas las religiones.
Ante el ofrecimiento de un revólver Smith and Wesson calibre 38 con un solo cartucho, bajo la guarda de dos agentes de la Policía Estatal armados con fusiles Máuser, para que ponga en práctica su tesis, el dicente afirma que es incapaz de alterar con un acto voluntario el curso natural del devenir cósmico. Por lo que la autoridad procede según la legislación de Emergencia Institucional; los costos de la munición utilizada son enviados mediante formulario A-517 B a sus parientes consanguíneos… (…)”

Fragmento de un acta del Departamento de Justicia, Malabrigo, 1961.





3.

Subía por la escalera de la casa, había oído ruidos en la planta alta, ominosos sonidos de destrucción, de rotura salvaje; sus piernas estaban lastradas con un peso que hacía sus pasos lentos, angustiosamente ralentados.
Consiguió llegar al piso superior y avanzó por el pasillo hacia la habitación de donde venía el estruendo. Algo lo golpeó en la espalda, extendió los brazos hacia adelante para atenuar la caída, cuando sus manos tocaron la alfombra la puerta de la habitación se abrió con violencia y vio una bota pisoteando la máscara: los fragmentos volaban en direcciones divergentes. La imagen cambió y se encontró frente al cuerpo de un hombre que pendía de una viga del techo, no tenía rostro pero supo que estaba ligado con fuerza a él.
Se despertó angustiado, aún no había amanecido, apenas se insinuaba una leve luminosidad desde el este; salió de la cama y se asomó a la puerta del balcón. Nunca había intentado asignarle valor cognitivo a sus sueños, los consideraba nada más que como un procedimiento higiénico para deshacerse de información inútil o redundante. No podía explicarse entonces por qué se sentía tan conmovido. Podía simplificar la cuestión y decir que el sueño había sido una combinación aleatoria de los sucesos que había vivido durante las últimas horas, pero eso no disolvió la angustia. Además la casa de sus abuelos nunca había significado nada para él, y sin embargo, ante la venta, experimentaba una vaga sensación de pérdida. Y también estaba la máscara. Bufó fastidiado, acercó la silla plegable hasta la ventana y se sentó, trató de distenderse mientras contemplaba como el día llegaba desde el mar.
Cuando amaneció decidió hacer lo único que consideró podría aclarar el asunto, llamar a su madre. Le preguntó por Alicia y le informó sobre la venta de la casa, cuando ella le preguntó si permanecería un tiempo más en Malabrigo no le respondió y le preguntó sobre la máscara; entonces fue el turno de su madre para permanecer callada.
-Mamá, ¿qué sabés de la máscara?-insistió.
-Nada, la usaba tu abuelo, decía que lo ayudaba en su trabajo…
-¿Qué trabajo?
-Escribía.
-¿Qué?
-Obras de teatro…
-¿Cómo yo nunca lo supe?
-Nunca preguntaste…
-Vamos, mamá…
-Es un tema del que prefiero no hablar por teléfono, ¿cuándo volvés?
-En cuanto conozca un poquito más el lugar…
-Te vas a aburrir pronto…
La conocía lo suficiente como para saber que nada conseguiría interrogándola mientras estuviera molesta.
Se despidieron con los besos y abrazos de costumbre.
El cementerio estaba rodeado de un muro blanco de pocos menos de tres metros de altura, los portones de hierro de la entrada principal eran la muestra de un diseñador de gusto barroco: ángeles de tamaños diversos se mezclaban en formas casi orgiásticas. Más allá se elevaba un monumento conmemorativo; sobre una plataforma cúbica de piedra gris se situaba un grupo escultórico de bronce: un soldado se esforzaba por arrastrar el cuerpo de dos compañeros heridos o muertos; el rostro del héroe estaba dominado por una expresión de angustia y determinación, como si toda su voluntad estuviera empeñada en vencer a la muerte y continuar el combate. En un nivel inferior y en cada uno de los puntos cardinales, ninfas desnudas (bastante voluptuosas) ofrendaban coronas de laureles.
Tomás leyó la placa dorada: “A sus gloriosos combatientes, el pueblo de Malabrigo. MCMLIII” ; la guerra, de la que sólo tenía un vago recuerdo de sus clases de secundaria, parecía haber causado una marca profunda en el país.
Dejó el monumento atrás y caminó hacia el edificio de la administración; un cubo gris y alargado rodeado de un jardín con jazmines y rosales. Avanzó por un sendero de grava, entró y se dirigió a un escritorio identificado como el de INFORMES, la mujer que estaba sentada frente a la computadora respondió el saludo y le preguntó en qué podía ayudarlo, explicó que buscaba la tumba de su abuelo y le dio el nombre. La mujer lo marcó en el teclado y luego movió el mouse durante unos segundos, dijo-No entiendo.
-¿Qué pasa?
-Encontré la fecha de su fallecimiento pero no la ubicación de su sepultura.
-Puede ser un error del archivo…
-En otra circunstancia podría ser posible pero todo nuestro sistema fue revisado y corregido la semana posible, ¿puedo hacerle una pregunta?
-Sí, cómo no.
-Es una pregunta delicada… pero puede evitarle una pérdida de tiempo…
-Adelante.
-¿Cómo falleció su abuelo?
-No lo sé, ¿qué importancia tiene?
-Discúlpeme, debiera haberme dado cuenta antes de que usted es extranjero, le explico: es una cuestión dolorosa para todos nosotros, digo, los ciudadanos de Malabrigo, que tal vez le incumba, las personas que se suicidan en nuestro país no son enterradas en tierra consagrada…
Tomás se quedó mirándola aturdido, la mujer prosiguió-… las reglas al respecto son muy estrictas…
-¿Dónde son enterrados entonces?
-En la encrucijada.

jueves, 24 de enero de 2008

5.

Diez minutos demoró el trayecto hasta la inmobiliaria. Lo recibió una muchacha delgada y rubia que llevaba un vestido apropiadamente ajustado, lo saludó con una simpatía sin estridencias y lo condujo hasta el despacho del martillero.
El hombre calvo y obeso sonrió, se puso de pie, se presentó y estrechó la diestra de Tomás. Luego lo invitó a que tomara asiento.
-Espero que haya tenido un buen viaje.
-Así fue, gracias.
-¿Qué le pareció Malabrigo después de tanto tiempo?
-No puedo hacer ninguna comparación, me fui cuando tenía tres años, de todos modos me pareció un lugar muy agradable, muy prolijo y ordenado…
-Nos ha costado pero lo estamos consiguiendo. –dijo el martillero con una sonrisa leve, hizo una pausa y continuó-¿Ha visto la casa?
-Sí, vengo de allí, quería darle una última mirada.
-No es fácil abandonar definitivamente la vieja casa familiar…
-No, no lo es. –mintió Tomás.
-Pero aún así supongo que estará dispuesto a concluir la operación… -dijo el martillero mostrando la comprensión necesaria pero sin perder de vista el objetivo de la reunión.
-Claro que sí, he traído las autorización pertinente del propietario certificada por la autoridad nacional de … y refrendada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Malabrigo. –dijo Tomás, sacó un sobre doblado en dos del bolsillo interior de la campera y se lo alcanzó al martillero.
-Perfecto. –aseveró el martillero luego de examinar la documentación.
-Entonces, si sus condiciones siguen siendo las mismas…
-Tal cual hemos hablado… modestamente, creo que nuestra empresa se destaca por su seriedad y eficiencia y procuramos que lo siga haciendo…
-Respeto al pago…
-Como le dije, el dinero será girado al banco que usted designe, aquí o en … la suma será acreditada en dólares o en la moneda que usted prefiera…
-Dejémoslo en dólares, tal como la tasación…
De nuevo en la calle Tomás se sintió aliviado, como si se hubiera sacado de encima un peso del cual no había sido consciente hasta ese momento; una sensación que no pudo definir ni explicarse. Decidió caminar hasta el hotel: la tarde se extinguía demorando su luz en las alturas y soplaba una fría brisa desde el mar; el movimiento en las calles había aumentado (terminaba la jornada laboral), y se mantenía un orden sutil pero evidente.
La chica pendiendo de la soga producía una disonancia evidente en la corrección de la partitura.
Entró en el hotel y se dirigió al bar, saludó a dos bebedores solitarios: un hombre y una mujer abstraídos frente a sus bebidas y se sentó a la barra junto al teléfono.
El barman, un muchacho delgado de mirada atenta que vestía una impecable camisa blanca y un diminuto moño negro, lo saludó con una sonrisa y le preguntó que deseaba beber. Pidió un Martini y observó como el barman preparaba la bebida con destreza y rapidez, cuando se la alcanzó bebió un trago y dijo-Muy bueno, tiene la cantidad justa de gin.
-Gracias, señor, cuando quiera cualquier otro trago sólo pídamelo.
-Lo tendré bien en cuenta.
La mujer llamó al barman y Tomás bebió otro sorbo; se estaba bien allí con un fondo de música de sintetizadores que eludía con habilidad cualquier acentuación o apasionamiento y la noche iniciándose en la calle. Abrió la bolsa de papel que había dejado sobre la barra y sacó la máscara. La tomó con la mano derecha y la sopesó, era de una liviandad asombrosa. Se preguntó por qué un objeto tan bello había sido olvidado, pero, ¿había sido realmente olvidado?; la puso sobre su rostro y ,con una desilusión que no supo a qué atribuir, comprobó que nada ocurría. Sonrió burlándose de sí mismo, guardó la máscara en la bolsa y terminó el Martini.

miércoles, 23 de enero de 2008

4.

Cuando despertó se incorporó, caminó hasta el baño, se lavó la cara y se peinó con esmero tratando de ocultar los claros que comenzaban a insinuarse. Sonrió frente al espejo y salió de la habitación.
En la calle le llamó la atención el exceso de prolijidad en la diversidad móvil que pudo percibir: una elegancia definida en la ropa de los transeúntes, en su porte (nadie parecía excedido de peso o despeinado), una limpieza exhaustiva en la acera y en la calzada, un brillo notable en la pintura y en el cromado de los vehículos. Como si lo real fuera una cuidada puesta en escena. Algo de mugre en las baldosas, un poco de óxido en los autos, unos zapatos sin brillo, un pedazo de papel arrastrado por el viento eran necesarios para deshacer la impresión de irrealidad.
Marchó una decena de cuadras, atravesó una plaza tapizada con gramilla, bancos de plástico ocre y pequeños arbustos torneados con pulcritud por un sendero diagonal y la vio. Un poco más deteriorada que en la fotografía, con algunas grietas y formaciones de moho en la fachada; pensó que seguramente ese era el motivo que había decidido a los funcionarios a enviar la notificación intimando a la refacción o a la venta. La casa destacaba con fuerza sobre el resto de las construcciones, como si tuviera mayor peso y opacidad.
La cerradura de la reja perimetral no estaba oxidada del todo y luego de algunos intentos pudo acceder al sendero de lajas que aún se distinguía entre la maleza y que conducía hasta la puerta de entrada. La segunda llave funcionó de inmediato, empujó la puerta y entró, en forma automática buscó el interruptor de luz a la derecha y acertó. La luz de una lámpara solitaria y polvorienta iluminó la sala: los muebles aparecían cubiertos de trozos de lienzo que alguna vez habían sido blancos y ahora estaban grises de polvo. No había nada más que lo que se podía percibir, pero aún así, experimentaba una ansiedad que no podía explicarse o fundamentar de forma alguna.
Recorrió lentamente los ambientes de la planta baja, subió al primer piso por la crujiente escalera y entró en la primera habitación a la izquierda del pasillo; en el piso encontró una máscara blanca, la recogió y lo sorprendió la suavidad de la textura y lo ligero del peso. La inspeccionó de los dos lados y notó que no tenía soporte ni marca que mostrara que hubiera tenido alguno, lo que llevó a concluir que no había sido utilizada para fines decorativos, pero ¿para qué entonces?
Bajó y en uno de los armarios de la cocina encontró una bolsa de plástico, guardó la máscara en la bolsa y decidió que ya era hora de acudir a la cita; salió de la casa y se demoró unos segundos en la vereda contemplándola. No pudo invocar ningún recuerdo que le indicara que treinta años atrás había vivido ahí.
Ya en el taxi y después de indicarle la dirección al conductor se dio cuenta de que la ansiedad que había experimentado en la casa se había desvanecido no bien tuvo la máscara en sus manos.

lunes, 21 de enero de 2008

3.

El taxi estacionó frente a la puerta del hotel y Tomás bajó para tomar el equipaje, mientras esperaba que el conductor abriera el baúl oyó el golpe; se dio vuelta y vio el cuerpo pendiente de una cuerda balanceándose hasta casi tocar los cristales; las piernas contrayéndose por la convulsión producían un efecto extraño delante del cartel que ofrecía una liquidación de temporada. Corrió hacia el cuerpo y escuchó claramente al taxista comentar-Qué pendejos de mierda. Extendió los brazos tratando de aliviar el peso del cuerpo sobre el extremo de la cuerda y casi en forma inmediata un agente de policía se acercó y lo ayudó a mantener la carga, explicó-Ya subió un compañero a cortar la soga. Permanecieron sosteniendo el cuerpo unos segundos hasta que una voz desde arriba anunció-¡Atentos que cae!-hicieron un esfuerzo mayor y consiguieron depositar el cuerpo con suavidad sobre la vereda. Tomás vio que era una mujer joven, poco más que una adolescente y sintió que perdía el equilibrio ante la visión del rostro deforme; el agente lo tomó de un brazo y lo hizo girar para que quedara de espaldas al cuerpo, preguntó-¿Se siente bien? -Sí, fue la impresión nomás. -Es lógico, respire profundo y trata de relajarse; ya no hay nada que hacer, tiene el cuello roto. -Pero algo se puede intentar... masajes cardíacos, respiración artificial, yo qué sé. -Créame que no hay nada que nosotros podamos hacer... Entonces se acercó otro agente y preguntó-¿Hay algún problema con el caballero? -No, sólo está impresionado. -Retírelo del lugar entonces. -Sí, señor. El primer agente condujo a Tomás hasta la vereda del hotel, mientras caminaba aturdido oyó la sirena de una ambulancia que parecía aproximarse. La ambulancia frenó y bajaron dos hombres vestidos con ambos blancos; uno corrió hasta el cuerpo y el otro comenzó a bajar una camilla. El hombre inclinado sobre el cuerpo palpó el cuello de la chica e hizo un gesto negativo con la cabeza.
-¿Ve? Es como le dije, ya no hay nada que hacer. -explicó el agente.
-Parece que no. -respondió Tomás resistiéndose a la resignación por una muerte joven.
-¿Usted es extranjero, no?-preguntó el agente recobrando su función policial.
-Sí, acabo de llegar.
-¿Me permite su pasaporte?
Tomás le entregó el pasaporte, y mientras el agente lo leía vio como los dos hombres de ambos blancos subían el cuerpo en la camilla y lo cargaban en la ambulancia.
-¿Dónde se alojará mientras permanezca en nuestro país?
-Aquí, en el hotel Excelsior.
-Ah, uno de los mejores, bueno, espero que este incidente no perjudique su estadía.
-Eso espero.
-Otra cosa, señor..., puede ser que la justicia lo convoque como testigo, no es muy probable pero tal vez ocurra. De todos modos trataré de evitarle la molestia, tengo su nombre y el lugar de su alojamiento así que creo que podré abreviar el procedimiento.
-Le agradezco mucho -dijo Tomás porque le pareció lo más correcto en una situación que no terminaba de comprender.
-Que tenga usted buenos días -lo saludó el agente mientras se tocaba el borde de la visera de la gorra en algo parecido a un saludo militar, luego dio media vuelta y se alejó caminando hacia la esquina más lejana.
Tomás caminó hasta el taxi y el conductor dijo-Lamento que haya presenciado algo tan desagradable...
-Yo también.
El taxista lo miró aprensivo durante unos segundos y luego sonrió y le alcanzó el bolso y el notebook, se despidieron con una educación algo forzada.
El agente de viajes tal vez hubiera exagerado en las bondades del servicio del hotel pero no en la excelente visión del Océano. Tomás se sentó en una silla plegable en el balcón y se dedicó a la contemplación del paisaje. La chica era joven, no más de veinte años, fue previsible y fatal preguntarse por qué lo había hecho. Podía consolarse pensando que era un suceso que sucedía con cierta frecuencia en cualquier lugar del mundo, la única diferencia era que esta vez lo había presenciado y eso, de ninguna forma, lo hacía especial o distinto. Era una idea tranquilizadora que no terminó de cumplir su función. Los policías y la ambulancia habían acudido con una presteza llamativa, como si hubieran aguardado el hecho.
Sonó el teléfono y sonrió resignado. Atendió y mantuvo una conversación con su madre que le informó sobre Alicia, lo consultó sobre el viaje y aspecto actual de Malabrigo y le dio numerosas recomendaciones sobre la variabilidad climática del lugar y la necesidad de abrigarse en forma oportuna y adecuada; finalmente le dio una recomendación disfrazada de sugerencia sobre la necesidad de no permanecer más tiempo del necesario en el lugar. Se despidió un tanto agobiado y permaneció pensativo un instante: su madre ya había demostrado una vaga aprensión sobre Malabrigo cuando le había anunciado el viaje y acababa de reiterarla.
Llamó al restaurant y ordenó una picada de mariscos, papas fritas y una botella de vino tinto; mientras disfrutaba de la comida y bebía de a poco, se dijo que no estaba tan mal el viaje. Cuando terminó de comer, fumó un cigarrillo, se recostó en la cama y vio como la tarde cambiaba su luz sobre el Océano hasta que se quedó dormido.

domingo, 20 de enero de 2008

2.

El avión se sacudió apenas cuando las ruedas tocaron la pista y a poco se fue desacelerando hasta detenerse, los pasajeros se libraron de la sujeción de los cinturones, recogieron sus bolsos de mano y abrigos y se pusieron de pie; Tomás recogió su campera y el bolso de la computadora portátil y esperó a que todos se bajaran. Se paró y caminó hasta la puerta, saludó a la azafata que estaba de pie junto a la puerta y (como había previsto) no se animó a invitarla, bajó la escalerilla y a través de una manga de plástico amarillo llegó hasta donde debía esperar por su equipaje.
El edificio estaba construido en vidrio y concreto, luminoso y limpio; la primera luz de la mañana penetraba a través de una cúpula de vidrio desde un cielo despejado. Los empleados encargados de manipular el equipaje estaban vestidos con impecables monos grises con la identificación personal bordada en el costado izquierdo del pecho, atildados y con los zapatos de seguridad raramente inmaculados. Tomás recuperó su equipaje y se dirigió hacia el mostrador de la aduana; sacó el pasaporte del bolsillo interior de la campera y se integró en la cola. Pronto estuvo frente a un empleado joven que lucía un bigote recortado con tanta prolijidad que daba la impresión de estar dibujado; el pelo, con evidente coherencia, aparecía engominado y corto. Completaban esa imagen de respetabilidad exuberante unos anteojos circulares de marco de acero. Tomás lo saludó y le alcanzó el pasaporte, el empleado lo abrió, recorrió algunas páginas y afirmó-Usted es nativo... -Aquí nací pero soy ciudadano de... El empleado lo observó por unos segundos con una expresión que a Tomás le pareció demasiado cercana a la desaprobación y preguntó-¿Negocios o turismo? -Negocios. -¿Tiene algo que declarar? Que sos un pelotudo, pensó Tomás pero se abstuvo de explicitarlo-No, nada. -Muy bien. -el empleado selló el pasaporte y se lo devolvió-Espero que tenga una grata estadía. -Yo también, muchas gracias. Se alejó del mostrador y caminó hacia la salida. Se acercó a un quiosco de diarios y compró tres periódicos y algunas revistas de esa mezcla difusa de información política, espectáculos y negocios que se denominan de actualidad (bueno, el trabajaba en una); el vendedor le dio el vuelto y le sonrió deseándole una grata estadía (todos parecían bien adiestrados en la amabilidad aunque el guión se mostrara un tanto pobre). Siguió caminando hasta las puertas de vidrio que daban acceso al exterior y se detuvo junto a la salida. Había algo distintivo en los objetos y personas que se desplazaban afuera y no pudo definir qué; de nuevo la sensación de inminencia que había experimentado en el avión, pero más difusa y extendida, como si emanara del ambiente. Sintió que alguien lo golpeaba en el hombro y oyó una voz femenina que enunciaba una disculpa, entonces se dio cuenta de que se había detenido en un lugar de paso y salió y se dirigió a la fila de taxis. El conductor bajó del auto, lo saludó sonriente y puso el equipaje en el baúl; era un hombre bajo, excedido de peso, con una calvicie incipiente que trataba de disimular peinando el cabello rojizo, fino y ralo hacia adelante. Tomás pensó que podía ser una buena fuente para ponerse al día con los usos y costumbres del país en el que había nacido; entonces ocurrió algo notable: el conductor tuvo la habilidad de limitar su conversación a un marco de agradables lugares comunes y a Tomás le resulto insuficiente su experiencia como entrevistador profesional para quebrar ese esquema. Fastidiado, dejo de preguntar y se dedicó al paisaje. La autopista era una cinta ondulada de cuatro carriles por mano dividida por un muro bajo de concreto, la circulación era ordenada y prudente: todos los conductores se mostraban atentos a señalizar sus maniobras para adelantar a otro vehículo o para tomar una salida. Accedieron a la ciudad por un boulevard con álamos, cipreses y tilos; y a pesar del tamaño de los edificios y la cantidad notable de vehículos y personas que llenaban las calles, Tomás siguió impresionado por una sensación de orden.

sábado, 19 de enero de 2008

1.

"¿Qué es cada hombre sino un espíritu que ha tomado una breve forma corporal y que luego desaparece? ¿Qué son los hombres sino fantasmas?" Thomas Carlyle."La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos." Karl Marx.
"(...)... en algunos pueblos del interior, hasta principios del siglo XX, la pequeña burguesía solía ocultar a los parientes que se consideraban impresentables, ya fuera por disfunciones físicas o psíquicas que los pudiera hacer pasibles del rechazo social, en una construcción que se anexaba en los fondos de la vivienda familiar...". Fragmento de "Un estudio sobre los criterios de integración social y patrones de normalidad en las provincias durante el último siglo.(...)", Departamento de Estudios Latinoamericanos, Universidad de Magdeburgo, Alemania Federal, 1953.
1.El avión salió de entre las nubes y Tomás se inclinó sobre la ventanilla, comenzaban a descender: el sol del atardecer doraba las aguas del Atlántico, hacia el Oeste distinguió la silueta de la ciudad de la que había partido cuando tenía tres años. Y en forma abrupta experimentó una caída lateral y vertiginosa, la ciudad se transformó en una garra acerada que lo buscaba con avidez. Se apartó de la ventanilla y cerró los ojos, la intensidad y frecuencia de las palpitaciones lo hicieron temer un infarto y se obligó a respirar con lentitud y profundidad. Al cabo de unos minutos consiguió distenderse, al menos todo lo que se lo permitía la consciencia de estar suspendido en el aire. Una sensación, o más bien el recuerdo de una sensación lo dominó: inminencia; la percepción de que algo importante está por venir. Un sentimiento adolescente se dijo con escepticismo, de una época donde el deseo tiende a mostrar toda aventura como posible. De todos modos no le fue muy fácil desprenderse de la reminiscencia. La azafata caminó por el pasillo anunciando a los pasajeros que estaban a pocos minutos de aterrizar y pidiéndoles que se abrocharan los cinturones; Tomás la siguió con la mirada mientras caminaba hacia la parte posterior de la cabina y pensó en invitarla a tomar un café no bien aterrizaran, aunque dudó de que se atreviera a hacerlo. Se sabía tímido hasta la exageración a pesar de la imagen de periodista desenvuelto y desenfadado que daba en sus entrevistas televisivas. Durante el tiempo que había durado su casamiento se podría haber atribuido su ausencia de aventuras extramaritales a la fidelidad; pasados seis meses desde su separación y ante la inexistencia de nuevas relaciones no tenía la menor duda de que rumores sobre su ambigüedad sexual ya estaban circulando por el ambiente. Una molestia menor, en todo caso, su preocupación fundamental era la crianza de Alicia y tratar de mantener una relación más o menos racional con una ex que comenzaba a evidenciar con mayor notoriedad su desequilibrio psíquico.