domingo, 2 de marzo de 2008

28.

Amelia estaba tomando té sentada a la mesa de la cocina cuando Sarita le dijo que el chofer del señor Alsinoff la estaba esperando en el living, el señor lo había enviado para comunicarle algo muy importante.
Amelia suspiró, se levantó y caminó hasta el living.
-Discúlpeme, señora, por no haberme anunciado telefónicamente, pero las líneas no son seguras.
-Me alarma, Verduk, ¿qué pasó?
-La situación es grave, señora, hubo una sublevación y hay enfrentamientos en el centro y en la zona del puerto, el señor quiere que usted se ponga a salvo hasta que terminen los incidentes, lo más adecuado es que se traslade hasta un lugar controlado por las fuerzas leales.
-Entiendo, ¿quienes son los sublevados?
-Los seguidores del traidor Metco, asaltaron la cárcel y lo liberaron.
-¿Y cuáles son sus órdenes, Verduk?
-Llevarla hasta la casa del Consejo.
-¿Esa es la idea que tiene mi esposo de la seguridad? No, no estoy de acuerdo.
-Señora...
-Nada, Verduk, voy a hacer una rectificación de sus órdenes.
Verduk intento iniciar una discusión, pero la mirada de Amelia lo desalentó.
-¿Tiene suficiente combustible como para llegar hasta Azuria?
-Si, señora. -admitió Verduk resignado.
Amelia llamó a Sarita y le ordenó que le preparara un bolso con ropa para una semana; encendió un cigarrillo y comenzó a pasearse por la habitación, Verduk permanecía de pie, inmóvil, con una expresión de preocupación en su rostro.
-Siéntese, Verduk, Sarita demorará un rato.
-Gracias, señora.
-¿Qué piensa, Verduk?
El chofer suspiró, cruzó las piernas y sacó un atado de cigarrillos-¿Puedo?
-Claro, ¿tiene fuego?
-Sí, gracias. -Verduk encendió el cigarrillo, exhaló la primera pitada y dijo-Pienso muchas cosas, señora, aunque esa no sea mi función, precisamente y rara vez alguien me pregunte que es lo que pienso.
-Perdóneme, no quise ser indiscreta.
-No, no es eso; usted me preguntó que pensaba y se lo diré: lo que está pasando no es bueno y cuando concluya Malabrigo no volverá a ser la misma.
-Coincido con usted.
-Por eso se va.
-Nada me ata a este lugar.
-¿Está segura?
-Absolutamente, Verduk, absolutamente... ah, Sarita, ya terminaste, muchas gracias.
-Señora...
-¿Qué, Sarita?
-¿Cuando va a volver?
-No lo sé.
La mujer la miró compungida y Amelia comprendió que su decisión había desordenado por completo la vida de Sarita, se sintió egoísta y miserable y tuvo que decir-Podés venir conmigo.
Los ojos de Sarita se iluminaron durante unos segundos pero al cabo recuperaron la expresión de resignación que los caracterizaba-Me encantaría, señor, jamás salí de Malabrigo, pero mis padres están grandes y me necesitan, soy la única hija que les queda...
-Podrías quedarte aquí cuidando la casa, pero mi marido dice que este lugar no será seguro...
-Está bien, señora, ya me arreglaré de alguna forma. Cuídese.
Amelia la abrazó y cuando se separaron había lágrimas en los ojos de las dos.
-Vos también cuidate.
Salieron y caminaron hacia el auto, Amelia volvió a abrazar a Sarita, le dio el dinero de dos meses de sueldo, se separó de ella en silencio, acomodó el bolso y subió al auto. Su decisión era firme pero le dolía esa forma de partir.
Dejaron atrás la casa y circularon por las calles del barrio residencial hasta acceder a una avenida que seguía hacia el Oeste, las calles estaban desoladas a pesar de ser un día laborable. No había camiones de reparto, ni omnibus ni transporte de escolares y los autos que se veían estaban inmóviles. Amelia bajó la ventanilla, quería escuchar algún sonido que desmintiera su impresión de estar circulando por un inmenso cementerio urbano, pero no lo consiguió: sólo pudo oír el sonido que producía el auto al rodar, las hojas de los árboles al mecerse ante la brisa y un lejano sonido sordo e irregular.
-Esto me da miedo.
-A mí también, señora. -admitió Verduk-Muchos han marchado hacia la guerra y otros están expectantes dudando por quién tomar partido, haciendo sus cálculos miserables... pronto se verán obligados a decidirse.
-¿Y usted, Verduk?
-Yo no hago cálculos, señora, yo soy un soldado.
-Pero puede revisar sus decisiones...
-No decido, señora, obedezco órdenes...
-No esperaba otra cosa de usted.
Dos náufragos a la deriva por la planicie, no somos más que eso. ¿Será Verduk consciente de su desamparo?,¿Qué cosas lo impulsarán a aferrarse a los restos de lo que fue?. Un cigarrillo, necesito un cigarrillo. Las cartas están echadas, hace tiempo que el curso es irreversible, sólo que ahora se está jugando la última mano. Sarita, tendría que haberla traído conmigo,¿quién sabe que puede pasar con la casa? Tengo que llamar a Victor y decirle que la ponga bajo custodia, pero ahora no, no soy capaz de mantener una conversación con él ahora, ya tendré tiempo cuando llegue a Azuria. Sí, la tendría que haber traído a Sarita. Es una sobreviviente nata pero no sé si encontrará alguna forma de no ser arrastrada a la guerra. ¿Y yo? Yo no tengo salida, desde que murió Gonzalo no tengo salida, quiero un final tranquilo, quiero morir atenta a su recuerdo.




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