miércoles, 23 de enero de 2008

4.

Cuando despertó se incorporó, caminó hasta el baño, se lavó la cara y se peinó con esmero tratando de ocultar los claros que comenzaban a insinuarse. Sonrió frente al espejo y salió de la habitación.
En la calle le llamó la atención el exceso de prolijidad en la diversidad móvil que pudo percibir: una elegancia definida en la ropa de los transeúntes, en su porte (nadie parecía excedido de peso o despeinado), una limpieza exhaustiva en la acera y en la calzada, un brillo notable en la pintura y en el cromado de los vehículos. Como si lo real fuera una cuidada puesta en escena. Algo de mugre en las baldosas, un poco de óxido en los autos, unos zapatos sin brillo, un pedazo de papel arrastrado por el viento eran necesarios para deshacer la impresión de irrealidad.
Marchó una decena de cuadras, atravesó una plaza tapizada con gramilla, bancos de plástico ocre y pequeños arbustos torneados con pulcritud por un sendero diagonal y la vio. Un poco más deteriorada que en la fotografía, con algunas grietas y formaciones de moho en la fachada; pensó que seguramente ese era el motivo que había decidido a los funcionarios a enviar la notificación intimando a la refacción o a la venta. La casa destacaba con fuerza sobre el resto de las construcciones, como si tuviera mayor peso y opacidad.
La cerradura de la reja perimetral no estaba oxidada del todo y luego de algunos intentos pudo acceder al sendero de lajas que aún se distinguía entre la maleza y que conducía hasta la puerta de entrada. La segunda llave funcionó de inmediato, empujó la puerta y entró, en forma automática buscó el interruptor de luz a la derecha y acertó. La luz de una lámpara solitaria y polvorienta iluminó la sala: los muebles aparecían cubiertos de trozos de lienzo que alguna vez habían sido blancos y ahora estaban grises de polvo. No había nada más que lo que se podía percibir, pero aún así, experimentaba una ansiedad que no podía explicarse o fundamentar de forma alguna.
Recorrió lentamente los ambientes de la planta baja, subió al primer piso por la crujiente escalera y entró en la primera habitación a la izquierda del pasillo; en el piso encontró una máscara blanca, la recogió y lo sorprendió la suavidad de la textura y lo ligero del peso. La inspeccionó de los dos lados y notó que no tenía soporte ni marca que mostrara que hubiera tenido alguno, lo que llevó a concluir que no había sido utilizada para fines decorativos, pero ¿para qué entonces?
Bajó y en uno de los armarios de la cocina encontró una bolsa de plástico, guardó la máscara en la bolsa y decidió que ya era hora de acudir a la cita; salió de la casa y se demoró unos segundos en la vereda contemplándola. No pudo invocar ningún recuerdo que le indicara que treinta años atrás había vivido ahí.
Ya en el taxi y después de indicarle la dirección al conductor se dio cuenta de que la ansiedad que había experimentado en la casa se había desvanecido no bien tuvo la máscara en sus manos.

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