lunes, 21 de enero de 2008

3.

El taxi estacionó frente a la puerta del hotel y Tomás bajó para tomar el equipaje, mientras esperaba que el conductor abriera el baúl oyó el golpe; se dio vuelta y vio el cuerpo pendiente de una cuerda balanceándose hasta casi tocar los cristales; las piernas contrayéndose por la convulsión producían un efecto extraño delante del cartel que ofrecía una liquidación de temporada. Corrió hacia el cuerpo y escuchó claramente al taxista comentar-Qué pendejos de mierda. Extendió los brazos tratando de aliviar el peso del cuerpo sobre el extremo de la cuerda y casi en forma inmediata un agente de policía se acercó y lo ayudó a mantener la carga, explicó-Ya subió un compañero a cortar la soga. Permanecieron sosteniendo el cuerpo unos segundos hasta que una voz desde arriba anunció-¡Atentos que cae!-hicieron un esfuerzo mayor y consiguieron depositar el cuerpo con suavidad sobre la vereda. Tomás vio que era una mujer joven, poco más que una adolescente y sintió que perdía el equilibrio ante la visión del rostro deforme; el agente lo tomó de un brazo y lo hizo girar para que quedara de espaldas al cuerpo, preguntó-¿Se siente bien? -Sí, fue la impresión nomás. -Es lógico, respire profundo y trata de relajarse; ya no hay nada que hacer, tiene el cuello roto. -Pero algo se puede intentar... masajes cardíacos, respiración artificial, yo qué sé. -Créame que no hay nada que nosotros podamos hacer... Entonces se acercó otro agente y preguntó-¿Hay algún problema con el caballero? -No, sólo está impresionado. -Retírelo del lugar entonces. -Sí, señor. El primer agente condujo a Tomás hasta la vereda del hotel, mientras caminaba aturdido oyó la sirena de una ambulancia que parecía aproximarse. La ambulancia frenó y bajaron dos hombres vestidos con ambos blancos; uno corrió hasta el cuerpo y el otro comenzó a bajar una camilla. El hombre inclinado sobre el cuerpo palpó el cuello de la chica e hizo un gesto negativo con la cabeza.
-¿Ve? Es como le dije, ya no hay nada que hacer. -explicó el agente.
-Parece que no. -respondió Tomás resistiéndose a la resignación por una muerte joven.
-¿Usted es extranjero, no?-preguntó el agente recobrando su función policial.
-Sí, acabo de llegar.
-¿Me permite su pasaporte?
Tomás le entregó el pasaporte, y mientras el agente lo leía vio como los dos hombres de ambos blancos subían el cuerpo en la camilla y lo cargaban en la ambulancia.
-¿Dónde se alojará mientras permanezca en nuestro país?
-Aquí, en el hotel Excelsior.
-Ah, uno de los mejores, bueno, espero que este incidente no perjudique su estadía.
-Eso espero.
-Otra cosa, señor..., puede ser que la justicia lo convoque como testigo, no es muy probable pero tal vez ocurra. De todos modos trataré de evitarle la molestia, tengo su nombre y el lugar de su alojamiento así que creo que podré abreviar el procedimiento.
-Le agradezco mucho -dijo Tomás porque le pareció lo más correcto en una situación que no terminaba de comprender.
-Que tenga usted buenos días -lo saludó el agente mientras se tocaba el borde de la visera de la gorra en algo parecido a un saludo militar, luego dio media vuelta y se alejó caminando hacia la esquina más lejana.
Tomás caminó hasta el taxi y el conductor dijo-Lamento que haya presenciado algo tan desagradable...
-Yo también.
El taxista lo miró aprensivo durante unos segundos y luego sonrió y le alcanzó el bolso y el notebook, se despidieron con una educación algo forzada.
El agente de viajes tal vez hubiera exagerado en las bondades del servicio del hotel pero no en la excelente visión del Océano. Tomás se sentó en una silla plegable en el balcón y se dedicó a la contemplación del paisaje. La chica era joven, no más de veinte años, fue previsible y fatal preguntarse por qué lo había hecho. Podía consolarse pensando que era un suceso que sucedía con cierta frecuencia en cualquier lugar del mundo, la única diferencia era que esta vez lo había presenciado y eso, de ninguna forma, lo hacía especial o distinto. Era una idea tranquilizadora que no terminó de cumplir su función. Los policías y la ambulancia habían acudido con una presteza llamativa, como si hubieran aguardado el hecho.
Sonó el teléfono y sonrió resignado. Atendió y mantuvo una conversación con su madre que le informó sobre Alicia, lo consultó sobre el viaje y aspecto actual de Malabrigo y le dio numerosas recomendaciones sobre la variabilidad climática del lugar y la necesidad de abrigarse en forma oportuna y adecuada; finalmente le dio una recomendación disfrazada de sugerencia sobre la necesidad de no permanecer más tiempo del necesario en el lugar. Se despidió un tanto agobiado y permaneció pensativo un instante: su madre ya había demostrado una vaga aprensión sobre Malabrigo cuando le había anunciado el viaje y acababa de reiterarla.
Llamó al restaurant y ordenó una picada de mariscos, papas fritas y una botella de vino tinto; mientras disfrutaba de la comida y bebía de a poco, se dijo que no estaba tan mal el viaje. Cuando terminó de comer, fumó un cigarrillo, se recostó en la cama y vio como la tarde cambiaba su luz sobre el Océano hasta que se quedó dormido.

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