jueves, 24 de enero de 2008

5.

Diez minutos demoró el trayecto hasta la inmobiliaria. Lo recibió una muchacha delgada y rubia que llevaba un vestido apropiadamente ajustado, lo saludó con una simpatía sin estridencias y lo condujo hasta el despacho del martillero.
El hombre calvo y obeso sonrió, se puso de pie, se presentó y estrechó la diestra de Tomás. Luego lo invitó a que tomara asiento.
-Espero que haya tenido un buen viaje.
-Así fue, gracias.
-¿Qué le pareció Malabrigo después de tanto tiempo?
-No puedo hacer ninguna comparación, me fui cuando tenía tres años, de todos modos me pareció un lugar muy agradable, muy prolijo y ordenado…
-Nos ha costado pero lo estamos consiguiendo. –dijo el martillero con una sonrisa leve, hizo una pausa y continuó-¿Ha visto la casa?
-Sí, vengo de allí, quería darle una última mirada.
-No es fácil abandonar definitivamente la vieja casa familiar…
-No, no lo es. –mintió Tomás.
-Pero aún así supongo que estará dispuesto a concluir la operación… -dijo el martillero mostrando la comprensión necesaria pero sin perder de vista el objetivo de la reunión.
-Claro que sí, he traído las autorización pertinente del propietario certificada por la autoridad nacional de … y refrendada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Malabrigo. –dijo Tomás, sacó un sobre doblado en dos del bolsillo interior de la campera y se lo alcanzó al martillero.
-Perfecto. –aseveró el martillero luego de examinar la documentación.
-Entonces, si sus condiciones siguen siendo las mismas…
-Tal cual hemos hablado… modestamente, creo que nuestra empresa se destaca por su seriedad y eficiencia y procuramos que lo siga haciendo…
-Respeto al pago…
-Como le dije, el dinero será girado al banco que usted designe, aquí o en … la suma será acreditada en dólares o en la moneda que usted prefiera…
-Dejémoslo en dólares, tal como la tasación…
De nuevo en la calle Tomás se sintió aliviado, como si se hubiera sacado de encima un peso del cual no había sido consciente hasta ese momento; una sensación que no pudo definir ni explicarse. Decidió caminar hasta el hotel: la tarde se extinguía demorando su luz en las alturas y soplaba una fría brisa desde el mar; el movimiento en las calles había aumentado (terminaba la jornada laboral), y se mantenía un orden sutil pero evidente.
La chica pendiendo de la soga producía una disonancia evidente en la corrección de la partitura.
Entró en el hotel y se dirigió al bar, saludó a dos bebedores solitarios: un hombre y una mujer abstraídos frente a sus bebidas y se sentó a la barra junto al teléfono.
El barman, un muchacho delgado de mirada atenta que vestía una impecable camisa blanca y un diminuto moño negro, lo saludó con una sonrisa y le preguntó que deseaba beber. Pidió un Martini y observó como el barman preparaba la bebida con destreza y rapidez, cuando se la alcanzó bebió un trago y dijo-Muy bueno, tiene la cantidad justa de gin.
-Gracias, señor, cuando quiera cualquier otro trago sólo pídamelo.
-Lo tendré bien en cuenta.
La mujer llamó al barman y Tomás bebió otro sorbo; se estaba bien allí con un fondo de música de sintetizadores que eludía con habilidad cualquier acentuación o apasionamiento y la noche iniciándose en la calle. Abrió la bolsa de papel que había dejado sobre la barra y sacó la máscara. La tomó con la mano derecha y la sopesó, era de una liviandad asombrosa. Se preguntó por qué un objeto tan bello había sido olvidado, pero, ¿había sido realmente olvidado?; la puso sobre su rostro y ,con una desilusión que no supo a qué atribuir, comprobó que nada ocurría. Sonrió burlándose de sí mismo, guardó la máscara en la bolsa y terminó el Martini.

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