miércoles, 6 de febrero de 2008

14.

Documento IV

“(…) lo planteado es sólo una radicalización de la metodología aplicada en la confección de las máscaras; no se aprecia una diferenciación cualitativa sino la profundización de un procedimiento que tiende a la prevención de la psicosis generada por la persistencia de la anomalía. En tanto esta se presenta como una manifestación de entidades relacionadas directamente con la extinción física y la negación a aceptarla como un hecho propio de la experiencia humana, el mencionado procedimiento se propone como una forma de reforzar la consciencia del sujeto en la mera constitución física-y por tanto extinguible-de todo individuo. (…)”
Fragmento del acta de la sesión del Consejo de Crisis, Malabrigo, 21 de Septiembre de 1962.

Documento V

“(…)En la mayoría de las culturas primitivas se considera a la antropofagia ritual como una forma de adquirir las propiedades morales o espirituales del enemigo sacrificado; no es ese el propósito que justifica u origina esa práctica en Malabrigo sino lo contrario. La motivación malabriguense es el desprecio por el suicida; el que come se satisface en el cuerpo pero también en la derrota de la víctima, satisfaciendo así su innata tendencia predatoria. (…)”

Fragmento de Malabrigo Socialista, panfleto sin fecha.
























5.
Vida cotidiana

La despertó Francisco con un beso suave-Arriba, dormilona, que ya te preparé el desayuno.
Abrió los ojos y vio la luz dorada que atravesaba las cortinas y caía sobre el cobertor, movió un pie y se demoró observando como la luz variaba sutilmente sobre la cama. Experimentaba una languidez a la que estaba segura no era ajeno el ritual que se celebraría al atardecer; siempre y cuando ella mantuviera la voluntad de llevarlo a cabo.
Las máscaras ya se habían agotado para ella y el psiquiatra había aconsejado el paso definitivo; ya había pasado la edad mínima requerida (treinta años), Francisco estaba de acuerdo y ella sabía que era lo indicado, pero aún así no había podido vencer del todo el temor y la repugnancia.
-Vamos, nena, que se enfría el café.
Se levantó, se puso una bata, pasó por el baño y fue a la cocina; Francisco se había esmerado y había dispuesto una prolija mesa con café, leche, jugo de naranjas, manteca, mermelada, medialunas y pan tostado.
-¿Es por lo de la tarde, no?
-Sí, pero también por lo mucho que te debo…
Se acercó a Francisco, tomó su mentón con la mano derecha y lo besó largamente. Los interrumpió el pequeño Fernando que reclamaba su yogurt.
-Ya va, ya va, pero también vas a tener que tomar la leche y comer algo antes de ir a la escuela.
Mientras observaba desayunar a su hijo que charlaba animadamente con Francisco pensó que ese momento y sus perspectivas justificaban lo que ocurriría cuando llegara la noche; tenía un matrimonio que si bien ya había dejado atrás la pasión de los primeros años se mantenía firme, un hijo saludable e inteligente y una posición económica que mejoraba año a año. Nada podía poner en peligro esos logros.
Luego de desayunar, despidió a Francisco que marchó a su estudio, llevó a Fernando a la escuela, entró con él, lo despidió en la puerta del aula y caminó hasta la sala donde se realizaba la asamblea mensual de la Asociación de Padres. Luego de una discusión que le pareció interminable consiguió que se aprobaran dos de sus propuestas y que se asignaran los fondos para ponerlas en práctica. Se despidió de todos y en un café se encontró con una amiga a la que había prometido acompañar para recorrer casas de moda a fin de ver diferentes diseños de vestidos de novia. Pasaron lo que quedaba de la mañana abocadas a esta tarea, almorzaron y continuaron la recorrida; se despidió a las cinco arguyendo que tenía que volver a casa para recibir a Fernando aunque habían acordado con Francisco que él lo pasaría a buscar por la escuela y lo llevaría al cine.
Sentada a la mesa de la cocina bebió un té amargo y repitió mentalmente la oración prescrita, sonó el teléfono, atendió y una voz masculina anunció-Ya es tiempo.
Se dijo que ya no podía echarse atrás sin convencerse del todo.
Condujo hasta las afueras de la ciudad y detuvo el auto frente a un chalet de dos plantas con techo de pizarra negra y paredes cubiertas por una enredadera lozana. Caminó hasta la puerta y llamó, la recibió un hombre alto y delgado vestido con un traje gris que sin decir una palabra la condujo hasta un pequeño cuarto de paredes blancas amoblado sólo con una mesa y tres sillas; el hombre dijo-Espere aquí. –y salió de la habitación por una puerta ubicada en el extremo opuesto de la habitación. Esperó unos segundos inmovilizada por la ansiedad y el temor, entonces por donde había salido el hombre entró una anciana delgada y vestida con una toga púrpura que le ordenó con voz firme que se desnudara. Dudó y la mujer pareció comprenderla porque se volvió hacia la mesa donde ahora había un porrón de cerámica y una copa de cristal, llenó la copa con un líquido oscuro y brillante y se la ofreció-Esto te ayudará.
Tomó la copa y notó que su pulso no era firme, bebió el contenido de un trago y sintió que un fuego amargo la recorría y llegaba velozmente a su consciencia.
Comenzó a desvestirse, se quitó las botas, las medias, la camisa y la pollera y las dejó sobre una silla.
-Todo –ordenó la mujer impasible.
Desprendió los broches del corpiño, se lo quitó y lo dejó sobre la mesa; los pezones se le endurecieron en el frío de la habitación y cruzó los brazos sobre el pecho.
-Todo –insistió la otra.
Llevó los dedos hasta el borde del elástico de la bombacha y allí los detuvo.
-Nadie te obliga, pero no estás dispuesta deberás retirarte ahora y para siempre.
El terror y la desesperación la marearon, trastabilló por unos segundos y se apoyó en la mesa, cuando consiguió recuperar el equilibrio se desnudó.
La mujer se acercó y la contempló admirativamente, tomó las ropas y dijo-Seguime.
Pasaron a otra habitación iluminada por una lámpara de pie, sobre una pared había un sofá de terciopelo negro; la anfitriona indicó-Recostate en el sofá y sé receptiva.
Se recostó, apoyó la cabeza en el respaldo, cerró los ojos y trató de relajarse mientras repetía el mantra que le había sido asignado. Sintió unas manos cálidas que le separaban los muslos, ante ella un hombre encapuchado y desnudo se disponía a penetrarla.
-No.
-Es la única forma. –dijo el hombre.
-No.
-Es la única forma –repitió el hombre moviéndose con lentitud; comenzó a llorar en silencio y trató de olvidarse, intentando descartar los destellos de placer que se iniciaban.
El hombre se retiró satisfecho, se puso de pie y le alcanzó una copa del mismo licor que había bebido en la antesala-Esto te ayudará.
Se sentó en el sofá, tomó la copa y la vació de un trago. Un deseo como nunca había experimentado la encendió entera, suspiró y el hombre sonrió-Veo que vas comprendiendo –se volvió hacia la puerta y anunció-Señores, pueden entrar.
Tres hombres desnudos y encapuchados ingresaron en la habitación y copuló con cada uno de ellos, luego el primer hombre la ayudó a ponerse de pie y dijo-Has dado el primer paso para volver a nacer y ser toda de Malabrigo; ahora acompañanos –la tomó del antebrazo derecho y la condujo hacia una habitación contigua: un cubo iluminado por tubos fluorescentes que iluminaban una cama alta cubierta por un lienzo púrpura. El hombre la ubicó a un lado del lecho, los otros se situaron alrededor.
-Es tiempo de que seas una con Malabrigo, ¿Estás dispuesta a dar el paso?
-Sí, estoy dispuesta
-Procedan.
Un hombre quitó el lienzo y descubrió el cuerpo desnudo de un hombre joven, un oficiante deslizó la hoja de un cuchillo de acero sobre el muslo izquierdo del cadáver y cortó una tira de carne, luego se la ofreció al hombre que estaba parado junto a ella.
-Sea esta comunión el pacto que selle tu alianza definitiva con Malabrigo –dijo el hombre llevando la carne a la boca de la novicia.
Mordió la carne y tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir la náusea; masticó, trago y casi de inmediato experimento un hambre feroz que la impulsaba a devorar cada milímetro de ese cuerpo vencido.
A la mañana siguiente se despertó renovada, con una alegría y un entusiasmo que no experimentaba desde la infancia. No pudo oír a Francisco caminando por la casa y recordó que había ido más temprano a la oficina porque tenía que preparar los documentos contables para una inspección fiscal.
Mientras tomaba un café sentada a la mesa de la cocina pensó que había que mandar las cortinas al lavadero, era impresionante lo rápido que juntaban polvo; el gobierno decía que la polución ambiental había disminuido pero sus cortinas decían otra cosa.
Fernando entró en la cocina y en lugar de reclamar por el yogur se quedó mirándola extrañado, como si no la reconociera. Pensó que ya era tiempo de que su hijo se iniciara en el uso de una máscara infantil.

No hay comentarios: