viernes, 8 de febrero de 2008

15.

Documento VI.

“(…) La incapacidad de adaptación al medio es un síntoma típicamente adolescente, la comisión de evaluaciones fue contundente en demostrar ese aspecto de mi conducta. Las frecuencias de onda de mi cerebro son demasiado irregulares como para ser orientadas por los parámetros de los forjadores de máscaras diseñados hasta el presente y me niego a la antropofagia; tal vez mi destino sea ya la muerte voluntaria y la conversión en ofrenda ritual. Sólo pueden salvarme los espectros y el caos final… “

Nota encontrada en un alcantarillado público, Malabrigo, 1986.













6.
Vida cotidiana 2.

Irma encendió la luz y cerró la puerta, se quitó el auricular del oído derecho y el cinturón del que pendía la pequeña caja plateada. Recordó al tipo que en el bar le había preguntado sobre los problemas de audición; seguramente un extranjero, alguien incapaz de imaginar lo que se estaba jugando en el país. Pero, ¿qué se estaba jugando?, fuera lo que fuera ella no lo sabía. Tenía apenas veintidós años pero desde que tenía memoria escuchaba decir que las máscaras eran sólo una solución temporal al problema de fondo y cuando cumpliera los treinta podría acceder a una solución definitiva.
.Caminó hasta la cocina, llenó la pava con agua, la dejó sobre la hornalla y encendió el fuego con un fósforo. ¿Cómo sería vivir en un lugar donde las máscaras no fueran necesarias? De vez en cuando se hacía esa pregunta, a pesar de que no ignoraba que era el síntoma de un pensamiento muy próximo a la traición, y nunca había podido imaginar con claridad una situación alternativa.
Encendió el televisor: un auto policial detenido en una calle arbolada, una ambulancia, hombres con ambos blancos del sistema de Sanidad manipulando una camilla que cargaba un cuerpo cubierto por una sábana blanca, policías caminando en torno de la escena, primer plano de un cronista que micrófono en mano explicó: “Escasos minutos atrás una comisión policial concurrió hasta aquí por denuncia de vecinos y descubrieron un terrible hecho que enluta a toda la nación, algo que no ocurría desde los años de la Refundación: el asesinato a sangre fría de dos servidores del Orden.”
Apagó el televisor fastidiada, la pava comenzó a silbar, apagó la hornalla, sacó un taza del armario, la apoyó sobre la mesada y le puso un saquito de té; vertió el agua hirviente y se demoró unos segundos viendo como el líquido adquiría una tonalidad violácea apenas desvaída por el vapor emergente.
Sonó el teléfono, lo descolgó del soporte en la pared y atendió: Mario. Sabía que era peligroso mantener una conversación con él sin la máscara; pidió que la disculpara un momento, caminó hasta el living, se puso la máscara y tomó el teléfono inalámbrico.
Mantuvo una actitud interesada y afectuosa durante toda la conversación aunque con la habilidad necesaria para evadir los intentos de Mario por comprometerla a fijar una fecha para el matrimonio. Argumentó que pasaba por una situación laboral tensa y estaba preocupada por la inestabilidad psíquica que había demostrado su madre en las últimas semanas.
Cortó la comunicación con una despedida cariñosa, se quitó el auricular, volvió a la cocina y bebió un sorbo del té que ya estaba tibio. Era cierta la preocupación por su madre y específicamente por el alcoholismo que profesaba con devoción, y tenía bien claro que el whisky no era más que una máscara química. La entendía, claro que la entendía pero no podía soportar su proximidad por mucho tiempo. Sospechaba que la pena que experimentaba su madre por el hijo suicidado no era más que una excusa para evadir toda responsabilidad hacia otros. Y entre esos otros estaba ella, claro.
Lavó la taza y la puso a escurrir a un lado de la pileta, se puso una campera y salió. Apretó el botón del ascensor, la abrumó el silencio que dominaba el edificio, como si sus habitantes hubieran coincidido en la quietud, o en la muerte pensó estremeciéndose. Subió al ascensor y marcó la planta baja; cuando salió la alivió un poco oír los motores de los autos en la avenida.
El aire marino le trajo nostalgia de un lugar que había entrevisto en sueños y se reconvino diciéndose que era una sensación peligrosa; la indisciplina mental sólo podía traerle dificultades. Caminó una cuadra hacia el océano y se detuvo frente a un local que se anunciaba como “Taller-Mecánica General-“, golpeó tres veces con los nudillos de la mano derecha en la cortina metálica. Al cabo de unos minutos se abrió una pequeña puerta metálica en la cortina y asomó la cabeza una mujer rubia-Ah, sos vos, pasá, hace un rato estábamos hablando de vos.
-Disculpame, sé que es un poco tarde.
-No, para nada, pasá.
Irma entró por la pequeña abertura y siguió a Marta al interior del local; caminaron entre dos hileras de autos parcialmente desarmados a través del olor a nafta, grasa y aceite. Salieron del taller y siguieron por un corto pasillo hasta una cocina amplia y bien iluminada, sentado a la mesa estaba un hombre de largo cabello negro veteado de canas, ante él había una pava y un mate; sonrió y saludó a Irma-Qué bueno que viniste, hace un ratito hablábamos de vos…
-Ya le dije.
-Me siento importante –dijo Irma, se sentó y agarró el mate que le había alcanzado Cacho.
-Sos importante –aseguró Marta.
Irma sintió la mirada atenta de Cacho sobre ella y permaneció en silencio.
-¿Estás bien? –le preguntó Marta.
-No –se animó a decir.
-No es raro –dijo Cacho-no tenés la máscara puesta.
Lo miró molesta-Sé que ustedes nunca las necesitaron.
Marta y Cacho se miraron fugazmente, Marta preguntó-¿Cómo lo sabés?
-Vi que las usaban pero nunca estuvieron activas, no me pregunten cómo lo sé pero lo sé, cuando estoy en contacto con los que las usan percibo la vibración y nunca me pasó con ustedes. Hoy en el bar atendí a un extranjero que creyó que el auricular era un audífono; era un tipo raro, me dio la impresión de que algo o alguien estaba con él, como me pasa algunas veces cuando me quito la máscara, entonces pensé en ustedes.
Cacho chupó con fuerza el mate y volvió a buscar la mirada de su compañera, luego dijo-Tal vez te subestimamos.
-No, no creo; sé que ustedes saben cosas que desconozco y ese conocimiento no es gratuito…
Cacho y Marta la miraron expectantes.
-No tuvieron hijos… creo que es parte del precio que están pagando… mi madre, a su manera, también lo está pagando… no sé más que eso pero también sé que ya no soporto seguir así…
Cacho dijo-Es tiempo de que sepas más entonces… -e Irma no supo si el tono fue de resignación o de esperanza.

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