martes, 12 de febrero de 2008

19.

La celda tenía unos pocos metros cuadrados, a Tomás le recordaba todas las celdas que había visto en películas: había una pequeña ventana cerrada con barrotes por la que se filtraba un halo de luz, dos cuchetas metálicas con colchones flacos empotradas en la pared, un inodoro en un ángulo y una lámpara que pendía del centro del rectángulo, cubierta por una red metálica cagada por las moscas, que derramaba una luz mortecina.
Metco estaba sentado en una cucheta con la espalda apoyada contra la pared y fumaba un cigarrillo.
Tomás estaba de pie aferrado a la reja, mirando el pasillo que se extendía hasta un portal de acero; el silencio era casi total, sólo reverberaciones lejanas que no podía adjudicar a causa alguna: persona, animal o artefacto. -¿Había previsto esto?-.preguntó.
-Sí, pero no tan pronto, supongo que me dejé llevar por el entusiasmo…
-Los hijos de puta me sacaron el cuaderno.
-No creo que lo necesite más, ya sabe lo suficiente.
-Ahora se hace el gracioso… nunca tuvo la menor intención de ayudarme a llegar a la Embajada…
-No.
-Mire, Metco, no soy un tipo violento, nunca lo he sido, pero la posibilidad de no poder volver a ver a mi hija…
-Lo entiendo, pero, ¿no se puso a pensar que su viaje a Malabrigo no fue solo motivado por una cuestión comercial?
-Lo único que falta es que me venga a hablar del destino o de la voluntad divina…
-Está bien, puede ponerse escéptico, está en su derecho, es una forma de defensa como cualquier otra… sólo le pido que piense y permanezca atento…
-Es lo que he hecho desde que llegué a este lugar de mierda y cada vez entiendo menos.
-¿Está seguro?, ¿ya pensó por qué no pudo dispararle Lopresti?
-Sí, claro que lo pensé y me asusta bastante la respuesta…
-Usted tiene poder y no se atreve a asumirlo…
-No lo pedí y no lo quiero.
-Lo lamento, Tomás, pero está usted en Malabrigo y no es un lugar que dé demasiada importancia a los deseos personales…
Tomás asintió en silencio y dijo-No entiendo para qué me necesita.
-Ya se lo dije, necesito un testigo.
-¿Para qué?
-Para que vea que no me suicido.
-¿Podrá no hacerlo?
Metco sonrió con tristeza y explicó-Tengo que intentarlo…
-Supongo que entonces Lopresti me quiere aquí por el motivo inverso.
-Exactamente, no pueden dejarme vivo pero quieren que muera según las normas, bah, que me cocine en mi propia salsa…
-¿Podrá resistir?
-¿Usted que cree?
Tomás lo observó con atención: el viejo se veía cansado, tenía ojeras profundas y las arrugas se habían acentuado, los ojos estaban enrojecidos pero conservaban un brillo vivaz. –No lo sé y no me interesa demasiado-.respondió. Se recostó en el catre con las manos entrelazados tras la nuca; pensó en Alicia y sintió alivio de que estuviera lejos de aquella tierra infernal y comprendió la aprensión de su madre respecto al viaje y se preguntó cuánto sabría de lo que ocurría en Malabrigo.
El horror se había hecho presente desde el momento en que había abordado el taxi en la salida del aeropuerto, antes de ver a la chica colgando de la ventana; era algo en la luz o en el aire, algo que parecía acechar detrás de cada manifestación sensible. Y luego todo había sido seguir un curso que parecía, como había insinuado Metco, prefijado. Aunque tal vez sólo esté intentando racionalizar de alguna forma el caos, lo importante ahora es encontrar una forma de salir lo más rápidamente de aquí, este lugar morirá muy pronto. “No!” La voz apareció con fuerza en su mente y lo estremeció como un choque eléctrico, el aturdimiento lo hizo incapaz de articular un enunciado del que pudiera ser consciente por unos segundos.
Si fuera capaz de invocar voluntariamente el poder que le impidió a Lopresti dispararme, si pudiera hacer que Pablo hablara con más claridad; bueno, siempre y cuando fuera Pablo. Lopresti, qué hijo de puta, crímenes y más crímenes, la inexorable matriz que recorre el pensamiento de los dirigentes de este lugar de mierda para superar cualquier conflicto. Una salida siempre impensable en términos humanos, pensó Tomás y luego se dijo que eso era inexacto, pobre, una exagerada simplificación y golpeó la reja con el puño derecho.
Tendido en el camastro Metco tenía los ojos cerrados y respiraba profundamente pero no dormía; aunque hubiera deseado estar dormido y experimentando una pesadilla si hubiera tenido esa posibilidad. Debía controlarse porque la inquietud ante la inexorable aparición del horror sólo serviría para acercarla, y era eso, precisamente, lo que se proponían Lopresti y sus jefes, que se aterrorizara hasta que la desesperación lo llevara al suicidio. Disfrutó el pensamiento de saber algo que ellos ignoraban: pronto la antropofagia ritual demostraría su completa ineficacia para evitar la aparición de la anormalidad. Lo sabía porque lo había experimentado en forma creciente durante los últimos años y cada vez era menos capaz de librar esas batallas y mantener algún tipo de cordura; lo sabía también porque manejaba la información estadística sobre suicidios del grupo de población que había accedido al último procedimiento a nivel nacional.
Alguna vez había pensado que la muerte podía ser el final de todo pero hacía casi cuarenta años que no podía recurrir a esa idea para encontrar algún alivio, exactamente desde que había visto lo que se negaba a morir y aún reclamaba su lugar; a partir de entonces su consciencia había transcurrido en dos niveles diferenciados e inconciliables, el que seguía con fidelidad la línea trazada por su padre y las autoridades precedentes, el que le aseguraba los honores y privilegios que Malabrigo otorgaba a aquellos de sus hijos que le ofrendaban un compromiso pleno; el otro era el que acechaba en los momentos en que, sin quererlo, veía las evidentes grietas en toda la estructura. Había estado atento a esa creciente disolución y la había combatido con los medios disponibles, él había formado parte de la comisión que propuso la construcción de las máscaras y luego, cuando estas mostraron sus limitaciones, uno de los principales impulsores de la antropofagia ritual.
El final es el inicio pensó sorprendido y comenzó a reír con una risa que se transformó en una tos seca.

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