viernes, 8 de febrero de 2008

16.

Este viejo está loco y yo también, claro. Y cada cosa que se agrega no hace más que aumentar el delirio:¿Qué es eso de que hubo conflictos porque el consumo de carne humana hizo descender el consumo de carne vacuna y los productores agropecuarios iniciaron un lockout que fue solucionado cuando el gobierno anunció una baja en las retenciones a la exportación?
-Sugiero que entremos–dijo el viejo-¿Tiene plata para la entrada?
-¿Tenemos que entrar?
-Es un lugar al que la policía no acude, puede considerarla una zona liberada…
Tomás se acercó a la ventanilla; una chica delgada con pelo teñido de verde, delgada y de ojos saltones, le sonrió seductora, tomó los billetes y le entregó dos entradas.
Se acercaron a la entrada y un hombre pálido, calvo y gigantesco tomó los boletos, los partió, les entregó la mitad y explicó-Consérvelos, con estos tiene una consumición acreditada.
-Gracias.
-Por aquí.
Descendieron por una escalera de caracol apenas iluminada por apliques que simulaban antorchas y difundían una luminosidad anaranjada; a medida que avanzaban el volumen de la música, un techno frenético aumentaba. El corredor se convirtió en una habitación ancha recorrida velozmente por potentes reflectores que iluminaban a los asistentes y sus actividades diversas: chicas desnudas bailando sobre los parlantes, parejas copulando, travestis jugando al poker, un grupo de enmascarados que parecían jugar a la ruleta rusa, etc.
-Un lugar divertido. –comentó Tomás esforzándose por hacerse oír.
-Este es el lugar de la falsa libertad, muchacho, pero vamos, tratemos de encontrar algún rincón apartado de los parlantes.
Atravesaron el centro del lugar y encontraron una mesa libre detrás de una columna de parlantes, cuando los ojos de Tomás se acostumbraron a la luz del lugar notó que detrás de la mesa yacían algunos parroquianos.
-Acá podremos estar tranquilos un rato –dijo Eduardo mientras encendía un cigarrillo.
-¿No les parece que es el lugar más evidente para buscarnos?
-No lo harán, muchacho, créame.
-¿Puedo pedirle algo?
-Sí, claro.
-No me llame muchacho, soy una persona mayor, tengo una hija…
-Perdóneme, no tuve intención de ser condescendiente.
-Está bien.
-Ahora tenemos que pensar qué hacemos para hacerlo llegar hasta su embajada… no será fácil… todo el sistema de seguridad está tras usted…
-Usted no hizo las cosas más fáciles…
-¿Hubiera preferido morir?
Tomás suspiró fastidiado, luego admitió-No, claro que no.
-¿Quiere tomar algo?, tenemos la consumición de la entrada…
-Un whisky.
-Bien, lo acompañaré entonces, ya vengo. –Eduardo se puso de pie y caminó hacia la barra, varias personas lo saludaron al reconocerlo, Tomás infirió que era un cliente habitual. Un personaje con una intencionalidad que no terminaba de exponerse. Una sensación de inminencia lo invadió con ferocidad, la sensación de que algo terrible estaba por ocurrir. Pensar en una catástrofe era redundante, el lugar todo era catastrófico. Tenía que salir de allí y rápido, nada bueno lo esperaba en esa tierra de desquiciados.
Eduardo dejó los vasos sobre la mesa y dijo-Es irlandés, del bueno.
Tomás tomó un trago y asintió en silencio.
Un poco más tarde, fuera de la disco, Tomás creyó recordar que Eduardo había hecho un gesto con la mano derecha y dos travestis se habían abalanzado sobre él, lo habían abrazado con fuerza y le habían tapado la boca; luego lo levantaron y lo obligaron a caminar hacia la salida. Eduardo caminaba adelante para evitar que cualquiera se interpusiera en la marcha.
Fuera del boliche Tomás notó que el frío era más intenso y desde el mar llegaba un viento húmedo, lo condujeron con firmeza hasta un taxi estacionado junto a la vereda y lo hicieron sentar en el asiento trasero entre los dos travestidos; adelante, junto al conductor se ubicó Eduardo y cuando el automóvil se puso en marcha se volvió hacia él y explicó-Tendrá que disculparme, muchacho, pero el irlandés tenía hierbas relajantes…
-La puta que lo parió. –consiguió decir Tomás y se inclinó hacia delante, pero sus guardias estaban atentos y lo inmovilizaron de inmediato, el que viajaba a la derecha le dio un beso en la mejilla y le pidió que se calmara. No fue el contacto con ese rostro que necesitaba urgentemente una afeitada lo que lo tranquilizó sino la percepción distorsionada de las calles: los objetos se transparentaban y perdían los contornos, adquiriendo formas difusas y erráticas.
-Ay, pobre, chico, parece que le pegó fuerte la datura.
Tomás se encontró en un rincón de un cuarto en penumbras y vio como dos hombres y dos mujeres desnudas con las cabezas cubiertas por capuchas carmesíes se acercaban a una mesa cubierta con un lienzo de terciopelo rojo bajo el que se adivinaba un cuerpo humano pequeño. El cuerpo de un niño, sin duda el cuerpo de Alicia supo con horrorizada certeza; intentó gritar pero no pudo, intentó correr pero sus pies estaban adheridos al piso. Una de las mujeres comenzó a descubrir el cuerpo yaciente corriendo el lienzo desde los pies hacia arriba y un hombre se acercó con una cuchilla dispuesto a hacer el primer corte; los pies de la niña se movieron, su hija aún estaba viva. Y por un instante que le pareció eterno el universo fue angustia y dolor.
Una sombra extinguió a los comensales y aniquiló la escena; se encontró en el taxi consciente de una presencia que no pudo poner en palabras, que lo confortaba y le daba seguridad.
-Hola. –lo saludó el travesti que lo había besado.
-Parece que no era tan fuerte el irlandés. –dijo Tomás.
-Parece que no para usted. –admitió Eduardo observándolo con atención.
-Creo que me ha subestimado.
-No exactamente, sólo lo estaba probando y me da gusta saber que no he perdido el tiempo…

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