lunes, 11 de febrero de 2008

18.

Documento VIII.

“(…) Una presencia que es toda ausencia; una vacuidad que reclama con fuerza un contenido, y que exhibe con crueldad inaudita la vaciedad del otro y lo sume en una angustia tal que lo obliga a buscar una clausura definitiva de la percepción de la vacuidad mediante la aniquilación de la conciencia; lo que, de no mediar algún procedimiento intrusivo, lleva al sujeto al suicidio inexorablemente. (…)”
Fragmento de “Una aproximación fenomenológica a la anomalía” Departamento de Filosofía Aplicada de la Universidad Nacional de Malabrigo, 1961.

Eduardo dio dos golpes leves en la puerta entornada y al cabo de unos segundos la puerta se abrió y apareció un hombre delgado, cincuentón, vestido con un traje gris y evidente aspecto de funcionario. Saludó y les indicó que podían pasar.
Eduardo siguió al hombre y detrás avanzó Tomás escoltado por los travestis que, por seguridad o por gusto, lo llevaban tomado de los brazos. Caminaron por un pasillo iluminado por tubos fluorescentes una decena de metros hasta llegar a una bifurcación, tomaron por la derecha e ingresaron a un corredor más amplio con puertas a los lados, el silencio era casi total, el sonido de sus pasos era atenuado por una alfombra espesa.
El guía se detuvo frente a una de las puertas y sacó un llavero del bolsillo del pantalón, eligió una llave y la introdujo en la cerradura, giró el picaporte y abrió; Tomás leyó “Acceso restringido” y se dejó conducir al interior.
Eduardo dijo-Supongo que ya se habrá dado cuenta de donde estamos…
Tomás observó los aparatos de audio, las computadores en línea, la larga mesa sobre la que estaban dispuestas las consolas de sonido, los micrófonos y las butacas ergonómicas tapizadas en pana negra, y dijo-Sí, claro pero ¿no era el plan pasar desapercibidos?
Eduardo sonrió divertido y dijo-Ya no –y dirigiéndose a los travestis indicó-pueden dejarlo, chicas.
-Por favor, siéntense. –invitó el funcionario.
-Sí, claro, sentémonos, ah, discúlpenme, no los presenté. –dijo Eduardo e hizo la presentación; así Tomás se enteró que el hombre con aspecto de funcionario era efectivamente un funcionario: Fernando Avila, director general de Radio Nacional de Malabrigo.
-¿No tiene nada que preguntar, muchacho?
-No, sé lo suficiente.
Eduardo lo miro pensativo y no agregó palabra, se volvió hacia Avila-¿Todo dispuesto?
-Tal cual lo indicó.
-Sabía que no podía esperar menos de usted. –dijo Eduardo y le anunció a Tomás-Está a punto de presenciar un hecho histórico, algo que le hubiera gustado ver a su abuelo.
-Preferiría que no le mencionara…
-No fue mi intención molestarlo…
-No quiero parecer ansioso, señor Metco –dijo Avila- pero en diez minutos se produce el relevo de la guardia y no podemos confiar plenamente en el relevo.
-Tiene razón, Avila, procede cuando lo considere apropiado.
Avila desplazó la silla hasta situarla frente a una de las computadoras y tecleó velozmente una instrucción, en la pantalla apareció un eje cartesiano sobre el que se dibujaba una curva.
-¿Le resultó difícil encontrar el parámetro efectivo de las frecuencias?
-No mucho, los datos que me dio eran muy acertados.
Eduardo le preguntó a Tomás-¿Sabe lo que nos proponemos?
Tomás se reclinó en el respaldo de la silla y dijo-Supongo que intentarán la anulación de la acción de las máscaras con una interferencia masiva en sus frecuencias de programación.
Avila se volvió sorprendido, Eduardo sonrió complacido y explicó-El muchacho no está solo.
Avila asintió en silencio y volvió su atención a la computadora, tomó el mouse e indicó cuatro puntos en el diagrama, apretó la tecla de intro y activó la zona indicada. En el ángulo inferior izquierdo de la pantalla apareció un contador en números rojos que inició una cuenta regresiva a partir de 30, cuando la secuencia finalizó apareció una leyenda que anunció “Operación Activada”. Avila explicó-El emisor tardará diez minutos en barrer todas las frecuencias y anular las máscaras.
-¿Qué espera de esto? –preguntó Tomás.
-Podría decirte que me guía la intención de reparar un daño o que me propongo la liberación definitiva de Malabrigo, y ambas explicaciones son ciertas pero no suficientes, tal vez todo se reduzca a promover un cambio que desbloqueé la historia… supongo que ya sabés quien soy…
Tomás respondió con seguridad, aún cuando segundos antes de enunciarlo era inconsciente del conocimiento-Eduardo Metco, miembro del Consejo Central del Partido de la Reconstrucción, número tres en la jerarquía estatal. –La atención de todos los presentes se situó sobre él, Eduardo asintió en silencio y dijo-Algo ha permanecido demasiado tiempo estancado en Malabrigo y el absceso debe ser destruido…
Avila sonrió complacido y Tomás pensó que el tipo era inconsciente del papel secundario que Metco le había asignado en su dispositivo, o lo tenía bien claro y había asumido su posición con una resignación entusiasta.
-De todos modos no sé para qué me necesita. –dijo Tomás.
-Necesito un testigo, un observador atento.
-Proceso concluido –anunció Avila.
Los travestis se abrazaron, Avila se incorporó y estrechó la mano de Eduardo; se veían satisfechos y distendidos. Tomás preguntó-¿Qué pasará con la gente que necesita las máscaras para sobrevivir?
Eduardo lo miró sorprendido como si no hubiera tenido en cuenta esa circunstancia o como si la hubiera descartado, dijo-Veo que es usted un humanista.
-Soy parecido a mi abuelo.
-Certero, muchacho, certero, se pone usted más agudo con cada segundo que pasa… respecto a su pregunta, supongo que algunos se suicidarán… otros recurrirán al canibalismo… en fin, es como barajar y dar de nuevo…
Entonces ocurrieron muchas cosas al mismo tiempo o los instantes que las separaron fueron tan fugaces que Tomás fue incapaz de percibirlas con características bien diferenciadas, de todos modos percibió que: la puerta de la sala se abrió con violencia y aparecieron dos individuos vestidos con trajes oscuros empuñando pistolas automáticas; los travestis se pusieron de pie con una velocidad admirable teniendo en cuenta su robustez y vestimenta y se arrojaron sobre ellos. El estruendo de los disparos fueron casi previsibles pero los fogonazos lo deslumbraron por unos segundos, se arrojó de la silla y trató de ponerse a cubierto. Oyó más disparos, el aire se impregnó de un olor acre y luego una voz segura que le sonó desconocida dijo-Ya terminó, Durrell, puede levantarse.
Tomás se levantó despacio. Los cadáveres de los travestis estaban caídos junto a la puerta, uno de los hombres de traje estaba apoyado contra el marco tomándose el vientre con las manos, la sangre que manaba de la herida le teñía las manos de un rojo irreal; el otro trataba de contenerlo mientras hablaba por un teléfono celular. Junto a la mesa se había ubicado un tercer hombre que ahora parecía dominar la escena; era un tipo delgado, de rasgos duros y ojos achinados, pelo largo negro y entrecano atado en la nuca, llevaba un traje gris y una corbata azul prolijamente anudada. Fumaba un cigarrillo con indolencia un tanto forzada. Tomás lo reconoció de inmediato como un dirigente de Malabrigo.
-Lopresti. –dijo Eduardo.
-Suponía que iba a ser más discreto, señor Metco.
-Pensé que ya habría inferido que hay momentos en que la discreción es un lujo y este es uno de esos momentos…
Lopresti dio una pitada al cigarrillo, exhaló el humo y se demoró unos segundos viendo como el cielo gris se elevaba hacia el cielorraso, comentó-Tal vez no haya sido un alumno tan aplicado o tal vez haya desarrollado un criterio propio.
-Todo es posible en Malabrigo, ¿a usted que le parece, Tomás?
-No todo, Metco, no todo.
Lopresti le dijo a Tomás-Así que usted es el nieto de Arregoitía.
La aseveración hacia vana cualquier respuesta, de todos modos, con un orgullo que podía fundamentar vagamente, Tomás dijo-Así es.
-¿Es su testigo, no? –preguntó Lopresti volviéndose hacia Eduardo.
-Veo que no está tan desorientado, Lopresti.
-Le agradezco que lo haya traído hasta aquí.
Por primera vez, desde que se había producido la irrupción, Eduardo pareció desconcertado y permaneció en silencio pesando las palabras del otro. Tomás desvió su atención de los rivales que ya lo estaban hartando con su juego de sobreentendidos y vio como dos hombres vestidos con ambos blancos subían en una camilla al herido y el otro se paraba ante la puerta, luego de apartar los cadáveres con el pie, en actitud de centinela.
Metco dijo-Vamos, Lopresti, se le nota mucho que está ansioso por enunciar una verdad indubitable…
-Señor Metco, nuestra relación ha sido siempre respetuosa y no creo que las actuales circunstancias impliquen una modificación…
Tomás anunció-Me dan asco.
El silencio dominó unos segundos el recinto hasta que una tos nerviosa de Avila lo interrumpió, luego Lopresti dijo-Usted es sólo la encarnación momentánea de tiempos muertos y creo que es tiempo despejar un poco el ambiente-, sacó una pistola automática del bolsillo interior del saco, la cargó y la apuntó al pecho de Tomás; se regodeó apretando de a poco la cola del disparador.
Tomás preguntó con tranquilidad-¿No se cansan nunca de hacerlo?
La mano de Lopresti comenzó a temblar con violencia, se tomó el antebrazo con la otra mano y trató de contener el temblor pero no lo consiguió, dejó caer los brazos al costado del cuerpo; tenía el rostro pálido y el pelo entrecano se había aclarado más.
-¿Está bien, señor? -.preguntó el centinela alarmado.
-Quédese tranquilo, Enriquez, no es nada.
Avila sonrió con desprecio y fue la última acción consciente de su vida: el disparo le dio en la frente y lo arrojó hacia atrás; rebotó contra el respaldo de la silla y cayó sobre el teclado de la computadora. Todavía conservaba la sonrisa.
Metco preguntó-¿Era necesario?
Lopresti guardó la pistola en el bolsillo interior del saco y explicó-Tal vez me excedí en la forma, pero el correctivo era absolutamente necesario… de todos modos, ya esta condenado -. Se volvió hacia el centinela y le indicó-Enriquez, llame para que vengan a retirar los cuerpos.

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