domingo, 24 de febrero de 2008

24.

Tomás bajó de la camioneta y se quedó pensativo observando el puerto. Tuvo la impresión de estar contemplando un gran cementerio náutico: los barcos se balanceaban sujetos a sus amarras sin presencia humana alguna.
-Vamos. -alentó Cacho-Por ahí tiene que estar el "Pamperito"...
Los tres caminaron por el espigón de cemento hacia al mar, al cabo de unos minutos Tomás notó que, al sonido del viento en los mástiles y aparejos, la queja de los cables y el chapoteo del agua contra las paredes del muelle, se agregaba la vibración de un motor; un poco después vio una columna de humo.
-Te están esperando. -anunció Cacho.
-Eso parece. -aceptó Tomás, se detuvo y preguntó-¿Qué van a hacer?
-¿De verdad te interesa?
-Sí, claro pero... -Tomás se interrumpió y bajó la mirada.
Irma dijo-Querés quedarte...
-Sí y no. No sé si lo que he vivido aquí ha sido real o no, pero sé que no podré dejar atrás sólo yéndome.
Cacho explicó-Fueron reales, Tomás, no te engañes...
-No contestaste mi pregunta.
-No creo que sea bueno que sepas más...
-Supongo que tenés razón...
Siguieron caminando y se detuvieron ante una lancha pequeña con dos grúas para redes, cajones de madera dispuestos en torno al único mástil y manchas de óxido en el casco y la cubierta. Un hombre delgado vestido con camisa y pantalones grises, tocado con una gorra de lana roja estaba parado junto a la cabina.
-¿Cómo va, Cacho?
-¿Qué hacés, Luisito, podés llevar al amigo hasta algún puerto en Azuria?
-Claro, un amigo tuyo es amigo mío, ya te lo dije por teléfono, es sencillo, con Pedro hicimos unos cuantos viajecitos hasta allá cuando escaseaba la pesca....
Tomás supo que el contrabando era el motivo de aquellas excursiones.
-Listo entonces, te presento a Tomás.
-¿Qué tal, Tomás? Cuando quiera, compañero, la máquina está lista.
-Vamos, entonces. -Tomás se volvió hacia Irma para despedirse y recién entonces la reconoció-Vos sos la chica que me atendió en el bar, a vos te pregunté sobre los audífonos.
Irma sonrió-Pensé que me había hecho alguien perfectamente olvidable.
-Disculpame.
-No te preocupes, espero volver a verte. -respondió Irma y lo besó en la mejilla.
-Yo también, bueno, Cacho, muchas gracias, espero que consigan cambiar las cosas...
-Lo intentaremos, por ahi podés volver a un lugar diferente.
-Eso espero.
Se estrecharon las manos y Tomás con un salto abordó la lancha, el balanceo lo hizo trastabillar y consiguió recuperar el equilibrio tomándose del mástil.
Luis liberó las amarras, saludó a Tomás e Irma y entró a la cabina, hizo retroceder la lancha con lentitud y luego la hizo girar y puso proa hacia la salida. Tomás permaneció en silencio mirando los rostros preocupados de Cacho e Irma, sintiendo que aquella partida no era correcta.
-Véngase acá, que va estar más cómodo. -lo llamó Luis.
La cabina era un sitio pequeño pero limpio y ordenado: al frente, debajo del parabrisas, había un tablero donde estaba el timón, un par de palancas corredizas, medidores de temperatura, presión y velocidad, en el extremo derecho un estante donde había una botella de ginebra, un manojo de llaves, un trapo y un ejemplar ajado y grasiento de cuentos de Hemingway. En la parte posterior había una mesa adosada al piso, dos butacas, un anafe de dos hornallas, un aparador y una heladera pequeña.
-Está linda la lanchita.
-Gracias, necesita una manito de pintura, pero ya se verá.
Luis se concentró en la maniobra, la lancha comenzó a dejar atrás la defensa del espigón y empezó a ser sacudida por la marejada, Tomás se tomó del tablero.
-Tranquilo, compañero. Esta borrasca es sólo una cosquilla para el "Pamperito"...
-Eso espero.
-Juá, había tenido sentido del humor el compañero.
-¿Qué es eso?
-El apostadero militar de la región central, parte de la flota debe estar de maniobra porque no se ven muchos de sus juguetes anclados.
-¿Juguetes?
-Son pibes grandes los milicos, desde la guerra contra Azuria se la pasan jugando con sus barquitos... aunque, quién sabe...
Tomás se preguntó qué sospechaba Juan pero se dijo que ya no quería saber más de Malabrigo y permaneció en silencio.
La lancha avanzó mar adentro cortando las olas que golpeaban el casco en forma sesgada.
-Tenemos que alejarnos unas millas de la costa para que el viento cruzado no nos tire contra la rompiente.-explicó Luis y luego alcanzó la botella de ginebra a Tomás-Si gusta...
-No, le agradezco.
-A veces es buena para el balanceo.
-Voy a ver si lo soporto sin ayuda.
-Como guste, cómo vamos no vamos a tardar ni tres horas en llegar a aguas de Azuria.
-¿Llegaremos antes de que anochezca?
-No, y eso va a ser lo bueno.
-¿Prevé problemas?
-Digamos que estoy atento, usted sabe cómo andan las cosas en Malabrigo, o cómo no andan, y no estoy seguro de que los del Consejo permanezcan inmóviles y le permitan a la prefectura descuidar las aguas territoriales...
-Espero que tengamos suerte.
El mar se veía de un gris pizarra interrumpido por la espuma que producía el viento al azotar y quebrar la superficie, la costa aparecía apenas como una línea ocre y verde a la izquierda.
Luis sostuvo el timón con la mano izquierda y con la derecha destapó el porrón y lo llevó a su labios, tomó un largo trago, carraspeó y lo volvió a dejar en el estante.
-¿Por que corre este riesgo? -preguntó Tomás.
-Es algo que tiene que hacerse, y cuando algo debe hacerse siempre se corren riesgos, supongo...
-No entiendo...
-Cacho me dijo, cuando llamó desde el taller, quién era usted y por qué tenía que dejar Malabrigo . Pensamos que debe hacerse y lo hacemos, así de simple.
-Le agradezco, pero no me parece justo.
-Justicia es una palabra que admite muchas interpretaciones y más que en ningún otro lugar en Malabrigo, de todos modos, no se preocupe, de un modo u otro todos nosotros corremos riesgo acá y eso es algo sobre lo que usted no puede hacer nada...
Tomás se preguntó si la incapacidad señalada por Luis era cierta, pero se dijo que ya había decidido alejarse del juego y no había vuelta atrás.
El tiempo transcurrió acompasado por el ritmo del motor, el embate irregular de las olas contra el casco y la disminución paulatina de la luz.
-En un viaje de rutina sería el momento de encender las luces de posición. -explicó Luis-Pero hoy nos arriesgaremos un poquito.
-¿Son aguas muy transitadas?
-Estamos fuera de temporada y a esta hora los pesqueros de Azuria ya han vuelto a sus amarraderos, por ahí nos cruzamos con algún velerito rezagado, pero si se atrevieron a salir con esta borrasca seguro que va a vernos antes de que choquemos, juá.
Tomás sonrió divertido ante la perspectiva ridícula de terminar ese viaje en el fondo del Atlántico y Luis rió con él.
-Epa.
-¿Qué pasa?
-Allí, a estribor. -señaló Luis extendiendo su mano derecha.
Tomás miró hacia el punto señalado y vio apenas una mancha oscura sobre el gris. -¿Qué es?
-Una lancha patrullera de la prefectura.
-¿Qué va a hacer?
-Intentaré acercarme a la costa, el viento amainó un poco, y por acá hay unas vueltas que por ahí nos tapan, espero recordarlas bien porque si no vamos a terminar encallando o rompiendo el casco contra las salientes.
La lancha giró hacia la izquierda y de a poco la costa se fue acercando; el viento había disminuido y eso parecía hacer más audible el sonido del motor. Tomás se preguntó cuánto tardarían los de la lancha patrullera en oírlo.
-Esperemos que el que esté a cargo de la lancha no conozca la costa como yo o no tenga demasiado interés en encontrarnos...
Tomás agarró la botella y dio un largo trago, luego se la alcanzó a Luis que no despreció el convite y luego le pidió-No me la pase por un rato, compañero. -y aferró el timón con las dos manos.
La costa avanzaba o retrocedía con lo que a Tomás le parecía una vertiginosidad mareante, la lancha giraba con docilidad, más de una vez pasó a pocos metros de peligrosas salientes de roca.
-¿Cree que los perdimos?
-No escucho el motor pero tienen reflectores y pueden encontrarnos antes de que lo escuchemos.
-Oscurece rápido.
-Sí, en unos minutos tendremos que decidir si anclamos o encendemos el reflector, no me animo a navegar por acá a ciegas.
Siguieron navegando por unos minutos sin escuchar otra cosa que el motor ni ver más que el perfil desdibujado de la costa.
La luz cayó sobre ellos con brillo enceguecedor, luego se oyó una voz de timbre metálico deformada por la amplificación del megáfono- No tienen autorización para navegar en estas aguas, aléjense de la costa, echen el ancla y prepárense para ser abordados.
-La reputa madre o estuvieron utilizando un motor eléctrico o yo soy un sordo de mierda.
-Cálmese, no tiene sentido que se preocupe, hagamos lo que nos dicen.
Luis tomó un trago de ginebra, giró el timón, sonrió con amargura y dijo-Ya está, compañero, seguramente pusieron la ametralladora del puente en línea con el reflector, a usted, seguramente lo mandarán en cana pero a mí me conocen bien y no se van a tomar demasiadas molestias. Usted haga lo que quiera, pero yo haré lo mío, tome el timón. -Tomás tomó el timón y vio que Luis caminó hacia la parte posterior de la cabina, abrió el aparador y sacó una ametralladora de cañón corto, tomó un cargador, lo colocó en el arma y la cargó. Tomó otros dos y los guardó en el bolsillo. Volvió al timón. Tomás lo observó un instante en silencio-No.
-¿No qué? -preguntó Luis con furia contenida.
-No, Luis, usted no sabe algo que ahora no le puedo explicar.
-Ah,¿si?
-Es natural que desconfíe de mí, no soy de Malabrigo y no me conoce pero le aseguro que no es necesario que usted muera...
-¿Qué propone entonces?-preguntó Luis escéptico.
-Yo me aseguraré que no aborden.
-Compañero, me parece que a usted le pego mal la ginebra, sin ánimo de ofenderlo...
-No me ofende, ¿de todos modos qué tiene que perder?, le daré tiempo para que los apunte mejor y pueda sorprenderlos.
-Como quiera...
El haz del luz del reflector los seguía y se acercaba, Luis detuvo el motor y dijo-Habría que echar el ancla.
-Déjeme a mí, usted quédese aquí, yo lo hago. -dijo Tomás y salió a cubierta.
-¿Está seguro de lo que hace?
-No.
Tomás liberó la traba de la cadena y el ancla cayó al agua con un sonido apagado. Permaneció parado junto al mástil mientras veía como la lancha patrullera se acercaba protegiéndose los ojos con la mano izquierda de la potencia del reflector. Aquí vamos de nuevo, espero que esta vez nadie resulte muerto. La imagen de la mujer desangrándose sobre el piso del pasillo de la prisión lo asaltó y le produjo náuseas, eructó y el sabor de la ginebra volvió en una percepción demorada. Sintió un escalofrío y tuvo que hacer un esfuerzo para que el temblor no se extendiera.
-Prepárense para ser abordados.
Luis salió agachado de la cabina y trató de cubrirse detrás de un cajón, echado sobre la cubierta apuntó al reflector. Tomás estaba parado junto al mástil, su silueta quedaba claramente recortada por la luz blanca y en cuanto comenzaran los disparos no tendría la menor oportunidad de sobrevivir, pensó el marino.
-Repito, prepárense para ser abordados.
Tomás gritó-No pueden subir. -y su voz le sonó con un poder que se le antojó extraño.
El sonido del motor de la lancha patrullera se hizo más intenso, como si hubiera acelerado su marcha.
-No se resistan o dispararemos.
-Ya les dije, no pueden subir.
Luis se dispuso a disparar, la luz se extinguió y el motor de la lancha se detuvo, sintió que una corriente eléctrica lo recorría, quitó el índice de la cola del disparador y apoyó el arma en la cubierta. Se puso de pie y preguntó-¿Qué pasó?
Tomás se volvió hacia él y dijo-No quisieron escuchar...
-¿Pero qué les pasó?
-No sé, ni quiero saberlo, pero ya no nos perseguirán... de eso esté seguro
Luis se quedó mirándolo pensativo y preguntó-¿Qué va a hacer ahora?
-Creo que tengo que volver a Malabrigo, necesito hablar con Cacho.
Luis le palmeó afectuosamente el hombro-Usted es de los nuestros. -prendió el motor eléctrico para levantar el ancla y los dos entraron en la cabina.
Al cabo de diez minutos de navegación comenzaron a ver lo que en un primer momento consideraron relámpagos sobre la costa malabriguense, luego el estruendo de detonaciones que estremecían el aire, más tarde líneas luminosas que cruzaban el aire de la noche y concluían en estallidos rojizos.
-¿Qué carajo es eso? -preguntó Tomás.
-Se están sacudiendo en la zona del fondeadero militar.
-¿Pero quienes?
-Supongo que las fracciones que responden a Metco y a Alsinoff...
-¿Una guerra civil?
-Hace rato que la prevemos...
-Por eso me ayudaron a salir de Malabrigo...
-Vea, compañero, usted ya había hecho lo suyo y tenía derecho a volver con su familia...
-Y ahora, ¿cómo sigue esto?
-Trataremos de permanecer al margen, va a ser difícil pero no hay cambio sin riesgo según dicen... ahora vamos a ver si conseguimos dejar al "Pamperito" cerca de la costa, vamos a tener que nadar unos metros, le anticipo...
-No va a ser peor que lo de lancha patrullera...
-Usté no pareció muy asustado.
-Lo estuve pero tuve que confiar...
-¿Está con usté, no?
Tomás se sorprendió por la perspicacia del marinero-¿Quién?
-Alguien, una presencia...
-Sí. Aunque no termino de entenderlo.
-Alguno de nosotros también lo tienen, pero no les gusta mucho hablar de eso...
-No es algo fácil.
-Entiendo, bueno, lo hecho hecho está. Ahora hágame un favor mientras acerco el "Pamperito" a la costa, agarre los dos chalecos salvavidas que están en aquel armario. Ese, sí, están un poco viejitos pero nos ayudarán a flotar hasta la costa.
Tomás le alcanzó un chaleco a Luis y comenzó a ponerse el otro, mientras lo ajustaba, preguntó-¿Hay algún punto de reunión fijado?
-Claro, la encrucijada, los que ven más lejos piensan que allí podremos refugiarnos de la guerra.
-Espero que tengan razón.
-Yo también, compañero, yo también, bueno, creo que esto es lo más cerca que podemos llegar.
-¿Bajo el ancla?
-Sí, el Pamperito ya hizo lo suyo.
Tomás salió de la cabina y volvió a liberar el ancla, miró hacia la costa y vio que no estaban demasiado lejos, apenas unos cuarenta o cincuenta metros. Luis salió de la cabina y le alcanzó una linterna-Tómela, la necesitaremos cuando lleguemos a la playa, yo voy a tener que cargar con esta-dijo, llevaba en su mano derecha un envoltorio de plástico negro atado con bandas elásticas.
-¿Y eso?
-Pensé que podríamos sernos útiles si tenemos algún encuentro desagradable. Espero que no, ¿listo?
-Listo.
-Trate de no alejarse demasiado de mí.
Luis se arrojó por la borda derecha y Tomás lo siguió. El agua estaba fría pero casi no había oleaje y la suerte los había hecho coincidir con la pleamar, consiguieron hacer pie en menos de diez minutos.
-¿Y ahora? -preguntó Tomás.
-Y ahora a seguir caminando porque si no nos vamos a congelar.
-¿Por dónde?
-A la izquierda, a un par de kilómetros tiene que haber un sendero que nos va a sacar de la playa, por suerte la luna está casi llena y va a ser más fácil ubicarlo.-Luis deshizo el paquete y se guardó dos cargadores en el bolsillo de la campera, el cañón de la ametralladora reflejaba apenas el resplandor lunar.
Caminaron por la playa y pronto entraron en calor; tal como había dicho Luis había un sendero que atravesaba el bloque de rocas y con un poco de esfuerzo pudieron acceder a la planicie. Mientras subían vieron el resplandor de las explosiones en las cercanías del puerto pero también hacia el centro de la ciudad. -La puta madre. -dijo Luis.
Siguieron la marcha por la banquina de la costanera y cuando ya comenzaba a clarear giraron a la derecha por el camino vecinal que llevaba a la encrucijada desde el Este. Estaban cansados y hambrientos; ansiosos por llegar para saber que era lo que estaba pasando en Malabrigo, ninguno de los dos lo dijo pero temían que la encrucijada no hubiera sido un refugio suficiente.

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