sábado, 23 de febrero de 2008

23.

Lopresti se sabía un tipo disciplinado, por eso le resultaba exasperante la obsesión que experimentaba respecto al extranjero, y la muerte de Diana no había hecho más que acentuarla. Se levantó, se puso un sobretodo gris y salió.
En la recepción de la morgue había un niño de no más de diez años, delgado y rubio sentado en un sillón de espaldas a la ventana, frente al escritorio había un hombre alto y delgado hablando nerviosamente con el encargado-Quiero que me entienda, póngase en mi lugar, hace poco mi mujer comenzó a trabajar para la administración, ayer a la noche a la noche la llamaron para que cumpliera una tarea, y hace dos horas me llamaron y me dijeron que había sufrido un accidente y que tenía que venir aquí a reconocer su cuerpo, ahora usted me dice que no puede autorizarme a verla. ¿Por qué no se ponen de acuerdo con la policía? Llame a quien tenga que llamar pero resuelva esto...
-Vea, señor, lo entiendo perfectamente pero no puedo hacer nada sin autorización superior por escrito.
-¿Pero no entiende que no sé si mi hijo tiene que seguir esperando o llorar a su madre?
Lopresti intervino-Perdón.
El empleado lo saludó con respeto-Señor Lopresti.
-Señor...
-Arrieta. -dijo el hombre reclamante extendiendo la diestra para estrechar la mano de Lopresti.
-Lopresti, mucho gusto. Escuché su problema y creo que podemos encontrar la solución...
-Tendrá que firmar usted el formulario. -dijo el empleado confuso ante el cambio de la situación.
-Claro, claro, démelo y usted acompañara al señor a reconocer el cuerpo.
-Sí, señor. -asintió el empleado y le entregó un tablero de cartón sobre el que estaba prendida una hoja de papel impreso; luego le indicó a Arrieta que lo siguiera por un estrecho pasillo hasta una puerta posterior.
Lopresti firmó la planilla, dejó la carpeta sobre la mesa de la recepción y se volvió hacia el niño sentado junto a la ventana. Era sorprendente el parecido; tal vez con el tiempo se fuera diluyendo, pero esos ojos jamás dejarían de parecerse a los de la madre. O tal vez no eran los ojos sino la expresión.
Apartó la vista del niño, no quería molestarlo ni aproximarse a él sabiendo lo que debería enfrentar y encendió un cigarrillo.
El tiempo se deslizó con lentitud en un espacio mudo; luego oyó la puerta del extremo del corredor y vio a Arrieta caminar con lentitud secándose las lágrimas con un pañuelo blanco, tratando de recomponerse.
Cuando estuvo próximo a él, Lopresti dijo-Lo siento.
-No puedo creerlo, no puedo creerlo. -aseveró Arrieta y comenzó a sollozar.
-Vamos, hombre, tiene que ser fuerte por su hijo.
-Sí, sí, tengo que pensar en él, claro.
-Ahora lo va a necesitar más que nunca.-dijo Lopresti mientras estrechaba de nuevo la mano de Arrieta y sentía una poderosa necesidad de reírse a carcajadas que consiguió contener a duras penas hundiéndose las uñas en la palma de la mano izquierda, acción con la que también consiguió componer una modesta expresión de congoja.
-Gracias. -dijo Arrieta y caminó hacia el chico, se agachó frente a él y lo abrazó con fuerza. Lopresti, incapaz de contener la risa si dejaba que aquella tierna escena familiar siguiera captando su atención, se dirigió al empleado-Necesito ver el cadáver.
-Pensé que usted no necesitaba comprobación, ¿o que es que esta va para el consumo?
Lopresti, que siempre iba armado con una pistola automática con balas explosivas, se demoró unos segundos pensando qué efecto producirían en la cabeza de aquel miserable empleaducho, luego se acercó a él, como si fuera a besarlo y le dijo, en voz baja pero con una dicción exacta y precisa-La mujer que está ahí dentro ha sido una eficiente agente del Consejo Ejecutivo y ha muerto con valentía actuando bajo mis órdenes, de modo que no se le ocurra insinuar de ella el menor rasgo de cobardía, ¿comprende?
El empleado, que comprendió con rapidez lo cerca que estaba de convertirse en uno de los próximos habitantes de la habitación refrigerada de atrás, empalideció y por unos segundos no pudo articular sonido.
-¿Comprende?
-Comprendo, comprendo, señor.
-Así me gusta, ¿ve como hablando se entiende la gente? -aprobó Lopresti, pasó al lado de la mesa y caminó por el pasillo hacia la puerta posterior.
El cuerpo estaba en la tercera bandeja a la izquierda, el rostro se veía apacible y distendido, la palidez mortuoria era apenas un tono menor que el color habitual de la piel de Diana. Loprestí corrió la sábana y expuso a la luz de los tubos fluorescentes el cuello y los pechos. Perfectos, pensó con entusiasmo, siguen siendo perfectos. Arrojó la sábana al piso y dejo el cuerpo desnudo por completo, sus ojos buscaron con ansiedad la línea rosada de la entrepierna y los mantuvo fijos allí durante un instante. Luego caminó hasta el extremo anterior de la camilla, se inclinó sobre el cadáver, apoyó las manos sobre la cara interna de los muslos y separó las piernas. Se quitó el sobretodo, el saco; se aflojó el cinturón y comenzó a bajarse los pantalones.
Cuando terminó, se vistió y llamó por teléfono celular a un empleado que se encargaba de la preparación de los cuerpos para el ritual y le ordenó que acondicionara el cuerpo para que fuera entregado a la familia en una hora. Se sentía distendido y energizado, dispuesto para la caza del extranjero.


No hay comentarios: