viernes, 1 de febrero de 2008

7.

Era el cruce de una de las rutas que salía de la ciudad con un camino vecinal que no estaba pavimentado, apenas mejorado con ripio. Había añosos eucaliptos y tilos, había muchas tumbas sencillas y unas pocas personas caminaban entre las sepulturas, dejaban flores en diminutos floreros o limpiaban lápidas.
Tomás se sorprendió por la extensión del lugar; caminó a la sombra de los árboles oyendo el viento en las hojas y se dirigió a una anciana delgada, vestida de gris, que con un trapo húmedo se dedicaba a desempolvar una placa de mármol. –Buenos días, señora, discúlpeme…
La anciana se volvió hacia él y lo miró con ojos de un celeste transparente en un rostro pálido y huesudo-¿Sí, hijo?
-Estoy buscando una tumba, ¿sabe cómo puedo encontrarla?
-¿A quién busca? –pregunto la mujer haciendo una asociación que a Tomás le pareció impropia y siniestra.
-Pablo Arregoitía, digo, la tumba de Pablo Arregoitía.
La mujer permaneció en silencio con expresión de asombro.
Tomás tuvo que preguntar-¿Lo conoció?
-Sí, claro que lo conocí… actué en varias de sus obras y usted, ¿por qué lo busca?
-Soy su nieto, después de su muerte mi familia dejó el país…
La mujer se demoró unos segundos observándolo, al cabo comentó-Te parecés bastante a él…
-Yo era un muy chico cuando murió, no tengo recuerdos de él.
-Creéme que era un hombre bueno y talentoso. Acompañame que te indico el lugar.
La siguió en silencio caminando entre las tumbas, salieron de la protección de los árboles y avanzaron una veintena de metros hasta que la vio detenerse frente a una lápida de piedra negra grabada con el nombre de su abuelo, la fecha de nacimiento y muerte.
-Es aquí.
-Muchas gracias.
-No, de nada, si me necesitas llamame, voy a estar un rato más por acá.
Así que el viejo se suicidó, parece que no fue muy original; claro, por eso nunca hablaron de él, por eso se rajaron de Malabrigo. Vio que una sombra se plantó junto a la suya sobre la superficie de la tumba. Se volvió hacia la derecha y vio a un viejo alto y delgado vestido con un gastado traje gris. –Buen día. –saludó.
Respondió el saludo y se mantuvo expectante; el viejo sacó un atado de cigarrillos del bolsillo del saco, extrajo un cigarrillo, la encendió y luego de exhalar la primera pitada, con la vista en la tumba dijo con voz soñadora-Yo lo conocí… vi muchas de sus obras, era muy bueno… realmente bueno…
-Me lleva bastante ventaja, yo no lo recuerdo y recién hoy me enteré que era autor dramático…
El viejo sonrió con tristeza y sentenció-Soportó bastante de este lugar e intentó cambiarlo…
-¿Qué pasa en Malabrigo?
-Si se queda el tiempo suficiente lo averiguará. Ahora sólo puedo decirle que la mujer que lo condujo hasta aquí reza todos los días por las almas equivocadas… debería leer con más atención.
El viejo se fue y Tomás se quedó parado frente a la tumba preguntándose qué hacer. Sintió un escalofrío y decidió quedarse un tiempo en el país y saber más, no pensaba huir, no hasta que el peligro que se insinuaba se hiciera más tangible.
Se despidió de la mujer que seguía con la limpieza y se dirigió a una hilera de taxis, subió al primero y le indicó que lo llevara hasta la biblioteca nacional. El taxista, un hombre delgado, de pelo corto, cincuentón, dijo-¿Algún pariente?
-¿Perdón?
-Si vino a visitar la tumba de algún pariente.
-Ah, sí, de un abuelo.
-Es bueno que los jóvenes recuerden a sus mayores.
Tomás tuvo que esforzarse para no sonreír y dijo-Es lo que corresponde…
-Aún cuando se hayan matado. –comentó el taxista con dureza.
Tomás se irritó sin saber bien por qué. –Aún cuando no hayan sido demasiado originales…
-No entiendo.
-La encrucijada ocupa casi un cuarto de la superficie del cementerio.
-Ah, claro, claro; matarse ha sido muy común por aquí, desgraciadamente, pero lo estamos superando –explicó el taxista como si se refiriera a una epidemia que gracias a los avances de la ciencia médica se estuviera dejando atrás.
-Espero que tengan éxito.
El conductor le dirigió una mirada por el espejo retrovisor, tal vez intentando encontrar una expresión irónica, pero Tomás se limitaba a observar la monotonía del paisaje.
Viajaron en silencio hasta que el auto se detuvo frente al edificio de la biblioteca, Tomás pagó, esperó por su vuelto y se limitó a saludar; nunca había sido un tipo pendenciero y consideró que no era el momento adecuado para modificar su costumbre.
Subió por las escaleras hasta la doble puerta de cristal; harto de la similitud de los edificios y su limpieza y brillantez. Las puertas se abrieron antes de que las empujara, estuvo a punto de caer pero consiguió equilibrarse y entrar a un gran vestíbulo. A la derecha aparecía una línea de terminales de computadoras frente a la que estaban sentados jóvenes y adolescentes; al frente un escritorio de madera oscura equipado con computadoras al que estaban sentadas dos mujeres; a la izquierda cuatro ascensores y una escalera.
Se dirigió a una de las mujeres y le explicó que quería hacer una consulta sobre un escritor nacional, la mujer le preguntó el nombre y su rostro mostró una expresión de sorpresa y aprensión cuando Tomás nombró a su abuelo.
-¿Hay algún problema?
-Discúlpeme, señor, pero entiendo que es usted extranjero.
-Sí, pero no entiendo qué tiene que ver eso con mi consulta.
-Le explico entonces que toda información sobre el autor referido está limitada a personas autorizadas…
-¿No hay forma de que pueda consultar sus obras?
-No a menos que consiga una autorización de la Dirección de Cultura.
-¿Y no sabe a qué se debe esa restricción?
-Espere un momento, por favor. –la mujer tecleó unas instrucciones en la computadora y luego se oyó el zumbido de la impresora, le entregó el papel impreso y le explicó-Esta es una copia de la resolución oficial, tal vez le sea de utilidad.
Tomás tomó el papel, agradeció y caminó hacia la salida leyendo.

“Dirección Nacional de Cultura, Malabrigo, 7 de Septiembre de 1964.

El titular de esta repartición, Doctor Manuel Corzuelo Real, notifica a todos los integrantes de esta dirección y a sus dependencias que, a partir de las 00.00 horas del día 8 de Septiembre del presente año se ponen en vigencia las siguientes disposiciones en relación a la obra de Arregoitía, Pablo; CIN 2323567.
Artículo Primero: Prohibición de la representación de todas sus obras de teatro en el territorio nacional.
Artículo Segundo: Supresión de la circulación de todos los textos de su autoría, tanto de ficción como periodísticos. Los ejemplares que se encontraren en bibliotecas públicas deberán ser remitidos con urgencia a esta dirección.
Artículo Tercero: Exclusión del mencionado autor, así como de su obra de toda bibliografía utilizada en los diferentes niveles de educación tanto estatales como privados.
(…)”

Se detuvo aturdido: saber que su abuelo había sido un autor dramático era sorprendente, descubrir que había sido perseguido por la justicia era algo excesivo. ¿Qué era lo que había expuesto en su obra para ser objeto de una persecución tan exhaustiva y notoria? Salió del edificio y volvió a instalarse en una mañana que se le hacía ambigua e interminable; consultó el reloj y notó que faltaban veinte minutos para el mediodía. Admitió que tenía miedo y que la mejor forma de disiparlo era salir cuanto antes de Malabrigo; pero algo lo retenía, irse era asumir con plenitud una cobardía que no era menor si recordaba con alguna claridad la relación que había mantenido con su ex esposa. No estaba dispuesto a reincidir en la misma actitud, no al menos en forma inmediata.

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